13. Iluminación divina
Estoy teniendo dificultades para encontrar un lugar donde quedarme. Cuando acabo en un sitio a buen precio, no tiene conexión a la red eléctrica. Cuando hay luz y un precio razonable, no tengo wifi ni señal en el teléfono. Si esas condiciones se cumplen, no hay un triste banco o una sombra donde poder sentarse a trabajar un rato. Todo pegas.
Se me acumula el trabajo. Y las quejas también. La gente está empezando a salir de vacaciones a la vez que yo me voy acercando a los lugares más turísticos. Los precios se van incrementando notablemente mientras mi cartera cada vez está más delgada.
Algunos días no hago una sola foto, más preocupado de empezar a tachar tareas pendientes de mi lista que de saber qué estoy mirando o dónde estoy. Empeñado en avanzar confiando en que por la tarde llegue al lugar adecuado
Me gustaría escribir más a menudo. Más que por satisfacer una pulsión creadora irrefrenable, por recoger lo que va sucediendo en un momento cercano. Por evitar que se amontonen los sucesos y se omitan los detalles como en una colección de postales con reversos vacíos. Por evitar tener que recurrir a los recuerdos, o peor, a recuerdos de los recuerdos.
Tal vez el filtro de la memoria puede hacer una buena labor en cuanto a selección del contenido. Podría ser, pero la tarea se vuelve más áspera. Juntar las letras se convierte en un ejercicio de reconstrucción sin apenas fluidez. Reflejo, sin duda, de la empanada mental.
De alguna manera, estar cambiando de lugar con frecuencia, la ausencia de rutina y los intentos permanentes de registro y consulta memorística tienen que tener sus reflejos en la actividad cerebral. De ahí vendrán, supongo, los continuos déjà vu y los sueños agotadores que tengo cada noche.
Recuerdo el trayecto entre Barreal y Uspallata como una gran línea recta entre montañas. El primer trecho, sobre asfalto, pasado un puesto de Gendarmería, sobre ripio.
Después del primer día en Argentina, solo había sido parado por las autoridades en otra ocasión, entre Cafayate y Belén. Aquella vez, revisaron mínimamente los papeles y la mayor parte del tiempo lo pasé hablando sobre comida con uno de los agentes.
El tipo era un gurmé. En cuanto le dije que soy panadero empezó a preguntarme sobre la masa madre y a presumir de conocimientos delante de sus compañeros. Dejaron de interesarle mis documentos y pasamos a intercambiar opiniones culinarias.
Con los gendarmes, en la planicie sanjuanina el control fue algo diferente.
Una agente bastante joven y educada me pide la documentación. Mientras la revisa, llega un superior (en rango pero no en estatura). También es bastante joven pero mucho más avinagrado. Será su carácter, será que está asqueado por encontrarse en ese destacamento desolado o que carece de olfato investigador y le he resultado sospechoso.
A lo mejor es solo que está aburrido y por eso me pide permiso para inspeccionar mi carga. De manera bastante exhaustiva abre cada maleta, bolsa y bolsita sin escatimar en observaciones y preguntas. Examina con detenimiento la sección de electricidad y tecnología, con especial atención a la linterna con dinamo, el ladrón con adaptador de enchufe al tipo I y la memoria USB.
Se le ilumina la cara cuando encuentra el botiquín. Entre el arsenal descubre unas ampollas de suero fisiológico, un par de tabletas de analgésicos y antiinflamatorios y, por fin, el bote de pastillas efervescentes reutilizado como contenedor de polvo blanco.
Con teatralidad vacía un poco del contenido sobre la palma de la mano, moja la yema de su dedo índice, la coloca sobre la sustancia y se la lleva a las encías. Como le dije, oficial, se trata de bicarbonato sódico.
Visiblemente decepcionado, se marcha sin decir nada y me deja allí, recolocando todo de nuevo mientras comento la final del mundial con sus compañeros.
Este trazado coincide parcialmente con una de las rutas principales del Qhapaq Ñan, el sistema vial inca. Los caminos que lo formaban a uno y otro lado de la cordillera, conectaban las principales ciudades a lo largo de miles de kilómetros.
Hoy, la ruta está bastante concurrida. La superficie, muy rizada, cubierta de grava gruesa y piedras. La rodada de los camiones y los coches desplaza la piedra suelta hacia los laterales formando acumulaciones que a veces me ponen en aprietos cuando hay que surfearlas para adelantar entre el polvo a los los turismos más lentos y los camiones más cargados.
El ambiente en Uspallata me pilla de sorpresa. Ubicada en un cruce de caminos entre el paso fronterizo con Chile, Mendoza y la provincia de San Juan ofrece gran cantidad de reclamos turísticos. A estas horas del día, en esta época del año, es un hervidero de gente entre puestos de comida, souvenirs y agencias de turismo.
Si por el ripio ya percibía (y sufría) el aumento del tráfico, desde aquí hasta Mendoza, no hay un momento de respiro.
Pienso que Mendoza debe de ser un buen lugar para encontrar los repuestos de la moto. Por esta entrada a la ciudad hay varios camping de diversos sindicatos. Hay uno que me llama especialmente la atención: el de los cerveceros.
Después de la buena experiencia en el de Cafayate, del sindicato de trabajadores del sector de la energía eléctrica Luz y Fuerza, espero encontrar algo parecido en este. Pero cuesta 3 veces más y no parece que ofrezca ningún aliciente específico del sector, por lo que continúo mi búsqueda.
Vuelvo en la misma dirección por la que llegué, por una carretera que sigue el curso del río Mendoza. Aquí hay hasta atascos. Muchos campings también llenos y caros y una pareja en la cuneta con la cadena de su Honda Tornado partida.
La moto les ha dejado tirados en una parte sinuosa y estrecha de la carretera, justo a la salida de un túnel. Desde luego, es un mal sitio donde parar, pero dicen que nadie ha hecho ni el intento de ayudarles en el rato que llevan ahí.
Son bastante jóvenes. De esos que tienen tatuajes hasta en los párpados. Una cruz, una helado de 3 bolas, personajes de videojuegos… de esa generación, vaya. Me llaman señor, los desgraciados, aunque es verdad que podría ser su padre y que ya no soy un adolescente, por mucho que me sienta como cuando pilotaba mi Derbi FDS por la carretera de la cabra.
Aquella, sin embargo, era mucho más solitaria. Por aquí continúa la decepción de no encontrar más que gente y más gente disfrutando de sus vacaciones. No tengo nada en contra de eso, faltaría más, pero será porque ya no soy un adolescente, necesito un sitio más tranquilo.
Con lo grande que es este país y yo en un atasco. Algún estúpido, como si no viese la fila de coches que hay por delante, me adelanta rozando para ganar medio puesto en el embotellamiento. Ya me he hartado. Me voy al primer camping municipal que encuentre hacia el sur.
En Tupungato encuentro dónde pasar la noche. Aunque también está muy concurrido, el recinto es grande y tiene varios sectores, un precio simbólico pero no enchufes. Vale para pasar la noche con vistas al volcán del mismo nombre, una de las montañas más altas de Sudamérica.
Al día siguiente retomo la Ruta 40. En la calle principal de Tunuyán, veo una tienda de motos con el logo de Bajaj en el rótulo. Solo es una exposición, no hay servicio de recambios. En la calle, un motoquero me informa de que él va hasta Mendoza cuando necesita alguno. Eso sí, primero llama antes para encargarlos.
Soy reacio a volver hasta Mendoza, pero ya que me ha dado el número de contacto, llamo para ver qué me dicen. Resulta que ni siquiera en Mendoza disponen de recambio almacenado. Si lo encargo, debería esperar unos 15 días y pagarlo a precio de oro
Seguramente en la ciudad encontrase otras alternativas mejores en cuanto a disponibilidad, calidad y precio. Pero ya qué más da. Ni siquiera es tan urgente cambiar la corona (espero).
Estando a la sombra de un árbol junto a la acera, se acerca un individuo a preguntarme por la moto. Se tarta de otro aficionado con el que intercambio algunas palabras sobre el tema. De pronto, me pide que le espere unos minutos que tiene que traerme algo de su casa.
Cuando aparece, lleva en sus manos una bebida isotónica, un paquete de galletas sabor vainilla y un librito. Alejandro es miembro del Ministerio Motociclista de la Iglesia Adventista y como tal, viene a predicar a un hermano rodante.
En la portada de Pasos a Jesús. El viaje de tu vida, un motorista solitario se encamina hacia una majestuosa montaña, muestra de las maravillas de la creación.
Comentamos algunas de las cuestiones que más reconfortan el espíritu cuando se viaja en moto: situaciones comprometidas que se solucionan milagrosamente o gracias a un alma caritativa; manifestaciones grandiosas de la naturaleza; sentimientos de plenitud y realización; etcétera.
Hasta que en cierto momento, su misión evangelizadora empieza a tomar posesión de la conversación para reconducirla hacia el monólogo.
Como criminalista, Alejandro quiere aportar una base científica a sus creencias. En su trabajo no da lugar a las especulaciones, para sacar conclusiones se apoya en los hechos y las evidencias. En su fe, hace lo mismo. Como muestra, pone de ejemplo el diluvio universal.
Según muchos estudios, hubo una inundación planetaria que coincide con los tiempos de Noé. Por lo visto es muy importante que, para defender los postulados de su Iglesia, los hechos que se cuentan en la Biblia hayan sucedido literalmente.
Pero sin duda, lo que le hizo reafirmarse en la existencia de Dios y en su bondad, fue salir ileso de un choque frontal contra una camioneta mientras circulaba con su moto a 120 km/h. Sobrevivir indemne a ese accidente es la prueba de su intervención. Ahora, si la hubiese cascado, habría sido su voluntad. En ese aspecto, Dios está cubierto a todo riesgo.
En cualquier caso, el libro me produce curiosidad. Me interesa saber cómo relacionan los ministros adventistas la motocicleta con la palabra del Señor (terrogamosóyenos). ¿Será un compendio de intervenciones divinas? ¿Conversiones de agua en gasolina? ¿Sonarán los tubarros de Jericó? ¿Saldrá Pablo cayéndose de 120 cv?
Pero lo cierto es que se trata de un burdo camuflaje. La cubierta envuelve la edición en español de una obra, El camino a Cristo, que nada tiene que ver con las motos y que, en mi blasfema opinión, es un tostón insufrible alrededor de la culpa, el pecado y el temor.
Eso no significa que el encuentro no fuese agradable. Alejandro me cayó bien. Por otra parte, la bebida estaba fresca y hay que reconocer que las galletas mojadas en café son un invento celestial. Me gustaría pensar que Alejandro eligió las de la marca Maná con intención simbólica, pero ahí, también tengo mis dudas.
Ya bendecido, me voy separando de la cordillera en dirección hacia San Rafael. Esta pequeña incursión pampeana me lleva hasta El Nihuil a través del cañón del Atuel. En esta zona, hay una novedad en los rótulos de las carnicerías. Parece que es propia del lugar la carne de novillo. También hay gran cantidad de puestos de frutas, verduras y productos regionales. Se mantiene, eso sí, la sobrepoblación turística y enormes dosis de polvo en los caminos destapados.
No está por aquí tampoco mi oficina temporal. A vista de pájaro, tengo que dibujar un ángulo de 90° para acercarme de nuevo a la Ruta 40 y a las montañas. Desde el Nihuil puedo hacerlo prácticamente en solitario por ripio.
El rizado de la pista es como un kilométrico banco de pruebas para la resistencia de la moto. Hay que encontrar una velocidad equilibrada, suficiente para pasar por encima de los baches, pero no tanta como para ir jugándosela ante una posible caída. Esto hace que haya que ir concentrado a pesar de ser una recta por llanura.
Un árbol solitario ofrece la primera sombra en muchos kilómetros. Unas avispas no piensan compartir su territorio con el primero que pasa y se abalanzan sobre mí como una plaga apocalíptica nada más bajarme de la moto. Pues nada, beberemos al sol.
Varios cráteres que eran minúsculas protuberancias en el horizonte hace un rato, están cada vez más cerca. A la derecha, un monolito conmemora la creación de esta ruta y, un poco más allá, un pequeño altar recuerda a una persona fallecida amante de estos parajes, de los que ahora, supongo, formará parte.
En este punto, tengo que girar en ángulo recto hacia el oeste, pero, despistado después de la parada, continúo por donde venía, haciendo varios kilómetros de más en un tramo arenoso que me pone en aprietos.
Otra vez en el monolito, un par de paisanos que aparecen en una camioneta manifiestan opiniones encontradas sobre el camino que me espera a continuación. Coinciden en que en una parte se atraviésanos unos médanos, pero mientras el joven dice que tendré problemas para superarlos, el viejo confía en que será fácil pasarlos.
La arena no resulta demasiada complicación. Algunas lenguas las supero sin problema, otras con unos cuantos bandazos. Mientras tanto, la dificultad viene por el aire en forma de viento racheado y de nubes amenazantes que se acercan desde las montañas que hay al frente.
A la altura de la laguna de Llancanelo, la tormenta está sobre mí y yo sobre la parte del camino que una máquina ha arreglado hace poco. Por un momento no noto caer el agua. Sé que está lloviendo, vaya si lo sé, pero las gotas no repiquetean en el casco ni en el mono impermeable. Es como si hubiésemos entrado en una frecuencia similar o estuviésemos cayendo a la misma velocidad y en la misma dirección.
La tormenta pasa rápido y en seguida llego a Malargüe. Un nuevo ruido en la moto empieza a manifestarse por las calles del pueblo. Un clon-clon acompañado de un rin-rin viene de la parte de abajo, algo anda suelto por ahí.
De nuevo un anclaje del motor se ha quedado sin su tuerca. Esta vez es uno inferior, uno que no tenía localizado porque queda bastante escondido. Nuevo punto a la lista. Y nuevas pegas.
El camping municipal de Malargüe presenta dos inconvenientes térmicos. Con la ducha de agua fría se puede vivir, pero en el lugar donde he encontrado un hueco para instalar la tienda el sol pega fuerte la mayor parte del día, así que solo tengo unas pocas horas para sentarme con el ordenador.
Como en Cafayate, la tarde suele venir acompañada de una tormenta fugaz. La visión hacia la amplia llanura, permite seguir el recorrido de las nubes hasta que se pierden o se disuelven. A veces, el viento las empuja evitando que pasen por encima, pero otras descargan el agua sobre las tiendas sin contemplaciones.
Eso nos da pie al chaval de la caravana de al lado y a mí a jugar a los ingenieros. A base de la construcción de canales y presas reconducimos las riadas y contenemos el agua para mantener a salvo nuestros dominios.
El resto del tiempo lo paso buscando repuesto, deshaciéndome de equipaje y cocinando carnes, hortalizas y panes en la parrilla. El anclaje del motor lo he apañado como he podido, pero tampoco hay aquí corona ni corta cadenas. Creo que se va a quedar como está. Ahora, ni siquiera puedo quitar el protector de la cadena porque hay un par de tornillos pasados de rosca que no salen. Así que haré un ojosquenoven hasta que no llegue el problema.
He tachado algunas cosas de la lista de tareas. Algunas están realizadas y otras pospuestas hasta que llegue el momento de hacerlas obligatoriamente. No queda, por tanto, otra cosa que hacer que colocarme el casco y volver a la carretera. A la carretera o al camino. Voy a dejar por un momento la Ruta 40 para unir Malargüe con Las Loicas a través de las montañas.
El arranque de la pista me recibe con una nube de polvo. Varios camiones que se dirigen a una cantera dejan tras de sí un estela tan densa que no me atrevo a adelantarles. Mientras les doy un tiempo para que se distancien aparecen 3 motos que saludan al pasar.
Son modelos pequeños de 250 cc, pero la potencia y la parte ciclo les permite hacer la maniobra con más solvencia y les veo ponerse delante de los camiones en la distancia.
Varios kilómetros más adelante son ellos los que han parado a un lado y yo el que saludo sin detenerme. Hace ya tiempo que el soporte del teléfono se rompió, por lo que ya no llevo la pantalla indicándome el camino. Me gusta más así, solo lo consulto en caso de duda, pero a veces supone tomar caminos incorrectos. Como hoy, que me he ido casi hasta la cantera cuando debía haberme desviado hacia la derecha.
Este despiste hace que los 3 motoqueros se hayan vuelto a adelantar y me los acabe encontrando detenidos ante un desvío. Yo tampoco sé qué camino hay que tomar, así que me paro junto a ellos para salir de la duda. Gracias al teléfono comprobamos que la intuición de los 4 no está muy fina y tomamos juntos el camino correcto.
A partir de aquí continuamos el recorrido hasta que lleguemos a la 40 de nuevo. Allí, ellos volverán hacia Malargïue y yo continuaré hacia el sur.
Tiene su gracia rodar en grupo, aunque la falta de costumbre hace que me resulte un poco incómodo estar pendiente de alguien más. Me parece que ir acompañado resta un poco de intensidad a la experiencia y hace que la atención se disperse un poco. Por otro lado, las paradas ganan en entretenimiento, compartiendo los momentos estelares del tramo o con los aportes de información adicional de cada uno.
En cualquier caso, este tramo de hoy en compañía ha estado muy bien y lo rematamos con unas empanadas una vez que volvemos al asfalto. A partir de aquí nos separamos. Por la tierra podemos mantener ritmos parecidos, pero aquí no quiero ser un lastre o tener que estrujar al aparato. Total, unos kilómetros más adelante nos íbamos a despedir igual.
En Las Loicas, donde nos hemos despedido, estoy otra vez a un paso de Chile y otra vez tengo la tentación de cruzar. No tengo ni idea de hasta dónde quiero llegar en el sur argentino. En realidad es que no quiero llegar a ningún sitio en concreto.
Ushuaia, que es un destino clásico, está prácticamente descartado desde el principio. Al comienzo del viaje, sobre el mapa, Mendoza parecía el sitio por el que abandonar Argentina. Pero ya la dejé atrás. Sigo un poco por inercia. Estoy agusto en este país. El cambio progresivo de paisaje, provoca el mismo enganche adictivo que la opción de reproducción continua de las series en streaming. Uno más y lo dejo.
Después de un camping multitudinario y un día social, ahora estoy solo en un rinconcito junto a un parador de carretera. No hay luz, no hay más sonidos que los del viento entre los árboles, las aves y el vino cayendo en la taza cada cierto tiempo. Sobre el crepúsculo podría aparecer la silueta a contraluz de Scarlett O'Hara haciendo su juramento.
Que la paz sea contigo.
Brutal!!!
Gracias por comentar, María José!
Que la Iglesia Aventurista del séptimo cruce te proteja bajo cobertura y los santos pasadores del motor de Chauchina se aprieten a su amor. Amén.
Ángel Nieto de la guarda vela por nosotros!
Como me gusta!!!! Mil besos
😘😘😘
Tremendo!! Vas iluminado y bien acompañado.
Y ya quisiera yo que un policía me hablara de masa madre alguna vez..
Señor agente, le juro que es harina. ¿Sabe qué es la asa madre?
¡Ramén!
«Danos hoy nuestras albóndigas de cada día y perdona nuestras gulas así como nosotros perdonamos a los que no te comen.»
Que los dioses te acompañen.
El sol ,la luna ,las estrellas...........
Monesvol está conmigo