El local no prometía gran cosa. Solo una triste tela estampada con flores desvaídas separaba el frío de la calle de un salón de comidas desierto. Y eso que debía de ser la hora de almorzar y estábamos en una esquina de la Ruta Nacional 5 y una avenida ancha pavimentada con adoquines hexagonales. Sin embargo, tenía mucha esperanza en la sopa de maní anunciada en el cartelón que había sobre la acera. Muy mal se tenía que dar para que una sopa no acabara, de una vez por todas, de sacarme el frío de los huesos.
El local no prometía gran cosa. Solo una triste tela estampada con flores desvaídas separaba el frío de la calle de un salón de comidas desierto. Y eso que debía de ser la hora de almorzar y estábamos en una esquina de la Ruta Nacional 5 y una avenida ancha pavimentada con adoquines hexagonales. Sin embargo, tenía mucha esperanza en la sopa de maní anunciada en el cartelón que había sobre la acera. Muy mal se tenía que dar para que una sopa no acabara, de una vez por todas, de sacarme el frío de los huesos.