12. Daño nuevo
Al otro lado del mostrador, un señor mayor está sentado en una silla con el cuello inclinado mirando hacia el regazo. No responde a mi saludo, ni siquiera se ha dado cuenta de mi presencia. Me parece que está ensimismado, atrapado en la pantalla de su teléfono. Pero qué va, está profundamente dormido.
En el camping de Villa Unión he podido comprobar que el kit de arrastre de la moto está en las últimas. Los dientes del piñón han terminado por desgastarse drásticamente. De manera alterna unos están curvados y puntiagudos y los otros a la mitad de su tamaño original.
Con apenas 9.000 km de uso, es un poco prematuro tener que cambiarlo. Sin duda se debe a un deficiente mantenimiento y el uso intensivo. Las condiciones arenosas y la exigencia de las últimas etapas han acabado por limar el metal.
Hay varias tiendas de recambios en el pueblo, pero solo en la de Berto tienen lo que necesito. Misteriosamente, siempre se encuentran las cosas en el último lugar en el que se buscan. Aunque ni siquiera Berto tiene todo el material.
Entre los 20 o 30 piñones que guarda en una caja de cartón, solo hay uno compatible con mi moto. Tiene un diente más que el que trae montado de fábrica, con lo que el desarrollo se alargará un poco. La cadena tampoco es problema, dispone de varias unidades de la marca Forte, que según él son de buena calidad. Pero entre la colección de coronas no hay ninguna que se adapte a la Bajaj. Justo es la parte menos deteriorada, así que no queda más remedio que aguantarla un poco más.
Delante de la tienda, Berto se pone a la tarea de cambiar las piezas con cierto esfuerzo. Normal, si se tiene en cuenta su edad y que está recién levantado de la siesta. Es un poco cabezón, no atiende a razones cuando le digo que hay que desplazar el eje hacia adelante para acortar la cadena a su medida y así tener más recorrido para futuros tensados.
No hay manera, es tozudo el viejo. Aunque quizás tenga razón y al aumentar un diente en el piñón, la cadena no da para más, no veo por qué no podemos comprobarlo. Por no discutir y como ya hemos ganado unos milímetros, pienso en que ya lo ajustaré cuando encuentre la corona.
El señor Berto es nieto de albaceteños. Sus abuelos emigraron hasta aquí para iniciar un negocio de panadería. Trabajaron duro durante toda su vida amasando entre 13 y 15 bolsas de harina diarias. Por lo que el abuelo acabó con una fortuna y muchas propiedades. Para él, este país es un buen sitio donde prosperar si no te asusta el trabajo. Si no fuese por personas como su abuelo, el lugar seguiría lleno de indios. Aunque ahora está lleno de políticos corruptos que se están llevando el país por delante. No sabe qué es peor.
La moto vuelve a estar lista, eso sí, ahora un par de tornillos del protector de la cadena se han pasado de rosca, lo mismo que la tuerca del portacorona. Creo, que ha sido Berto el que la apretó demasiado. Tal vez por eso y no por solidaridad panadera, no me ha cobrado la mano de obra.
Entre los días 25 y 31 he pasado la mayor parte del tiempo bajo el cañizo donde tengo la tienda. Vida relajada aprovechando el buen tiempo, la piscina y la parrilla. Tito, el dueño del camping se apunta sin dudarlo a asar unos pedazos de carne los días que no está llevando a grupos de turistas en su furgoneta. Michele, que viene en una hondita 250 desde Colombia, también se apunta. Pero él barre para casa y prefiere las pizzas a la carne.
El día 31 tengo toda la ropa limpia, he pasado por la peluquería y la moto está a punto para recibir el año nuevo en el monte. Con la ayuda telemática de mi tío Javi, hemos preparado una ruta que une Guandacol y Rodeo a través de las montañas.
Me está llevando un buen rato organizar el equipaje. Al cabo de 2 o 3 días en el mismo sitio el interior de mi tienda se parece a la de Berto. Devolver cada cosa a su sitio y hacer las últimas compras hace que no esté en marcha hasta mediodía.
Por el camino hasta Guandacol me encuentro con montañas de colores intensos que se alternan en estratos bien diferenciados. Otras parecen emerger de la tierra, como sacando a la luz las interioridades del subsuelo, retorciendo sus distintas capas en formas rítmicas pero caprichosas.
Debo atravesar el pueblo para llegar al inicio de la ruta. Según lo dejo atrás me voy acercando a las montañas hasta topar con un río. El aluvión acapara toda superficie plana, por lo que la línea en el mapa es un dibujo aproximado que no tiene por qué coincidir con el lugar por donde se puede pasar sobre el terreno.
Cuando el camino vuelve a tomar aspecto de camino, pronto se ve interrumpido por una cancela. Detrás de la puerta hay viñedos y al fondo, una casa. Sobre el mapa parece que estoy en el camino correcto, por lo que me interno en la finca. En el otro extremo, de nuevo una puerta cierra el paso. Esta vez, está cerrada con una cadena y no hay manera de abrirla. Como no se detecta presencia humana alguna que me pueda facilitar el paso, vuelvo por donde he venido.
Encuentro una alternativa que une la carretera principal con el recorrido previsto unos kilómetros al sur del pueblo. Desde el asfalto, un primer tramo sobre arena y piedras me devuelve en línea recta a los pies de las montañas. El camino se bifurca, el mío que sale hacia la derecha, vuelve a convertirse en la ya conocida tipología río seco.
Lo remonto siguiendo las huellas de un caballo, sin duda mucho más hábil que yo a la hora de elegir por dónde pasar. Por un momento, reaparece la pista que se aleja del río, bordeándolo sobre una loma suave. El terreno, duro y pedregoso a veces está roto en surcos formados por el agua. Como un imán, uno de ellos atrae hacia sí a la moto que acaba encajada en su interior.
Tengo que volcarla sobre un costado para hacerla girar y sacarla del atolladero. El amigo río y yo volvemos a encontrarnos. Baja encañonado por un hueco angosto entre cerros apiñados. A veces hay salidas a los lados que me hacen dudar de cuál es el camino correcto. La línea blanca del mapa no deja lugar a dudas, pero en 3 dimensiones no se ve tan claro. Hay otra cuarta dimensión, la interpretación subjetiva, que en mi caso elige a menudo la opción incorrecta. Sigue al caballo, melón.
Por el momento, el cambio de desarrollo en la transmisión solo ha tenido efectos beneficiosos. En el tramo por carretera la moto ha ido algo más desahogada cuando mantengo una velocidad intermedia. A mismo régimen de giro, la aguja marca unos 10 km/h más. Zigzagueando entre rocas y matojos sobre el cauce, el motor todavía transmite su poderosa garra. Bueno, todo lo poderosa que puede ser con 12 cv.
Llevo ya unas horas de moto y una sudada considerable. A diferencia del día 24, hoy está casi despejado y hace calor. Otra vez despido al río por el camino que comienza a trepar ladera arriba. Eso significa, con suerte, que se simplifica la conducción. No más barrigazos de la moto contra las rocas ni caídas en la arena. Que llevo unas cuantas.
En cierto modo así es. La conducción requiere menos técnica pero sí una dosis considerable de esfuerzo mecánico y físico. El caracoleo de curvas lleva el camino hasta los 2.600 msnm en poca distancia. El desnivel es notable y, en consecuencia, la inclinación de las rampas también. Aunque el firme está en buen estado, hay alguna roca suelta que ha caído de la ladera. Es fácil perder tracción y con ella, toda la inercia.
Ahora sí que ese diente más en el piñón se deja notar. Varias veces tengo que volver al inicio de la rampa y hacer un par de intentos para superarla o desmontar y acompañar a pie a la moto. Incluso descargar el equipaje y subirlo por mis medios. Compartir esa tarea con el aparato pone de manifiesto que la pobre lleva mucho peso. En forma de equipaje y de las lorzas mantenidas a base de costeletas, chorizos y cereales fermentados en presentaciones líquidas y sólidas.
A la lista de tareas pendientes:
- Buscar una corona
- Sustituir los tornillos pasados
- Practicar el cambio de chiclé
- Escribir los relatos argentinos
Se incluye un propósito de año nuevo:
- Deshacerme de parte de la carga.
Se va acercando la hora de parar. Según el mapa a partir de ahora se acabó el ascenso y no queda mucho hasta llegar a una ruta provincial. Haciendo honor al tópico que dice que todo esfuerzo conlleva una recompensa, a un lado del camino aparece un balcón plano y limpio con una bonita vista sobre las montañas. Un rincón perfecto para tomar 12 uvas pasas.
El sol ya se va escondiendo detrás del Cerro Puntudo. La Pachamama provee una cantidad razonable de madera seca y llega el momento de calentar un buen plato de garbanzos con caballa.
El año nuevo viene con la promesa de un día apacible de moto. Desde el balcón se alcanza a ver el trazado de la pista que baja. Después de las curvas, debe haber un tramo recto hasta llegar a un río. Hay que cruzarlo y entonces ya será una ruta provincial lo que hay que transitar.
Resulta más o menos así hasta llegar al río. A su vera, hay unas cuantas construcciones de adobe abandonadas. Después de cruzar la zona montañosa, bastante árida, este rincón parece un vergel. El río corre tranquilo y transparente entre el pasto. Un grupo de álamos y acacias dan sombra a los corrales y la casa. Pero ¿dónde está esa ruta provincial? Me cuesta un rato encontrar el arranque
Otra vez hay algunas rampas que nos ponen en aprietos. Esta pista está mucho más estropeada que la de ayer, hasta el punto de que en un momento se corta por una torrontera. El socavón es lo bastante ancho y profundo como para no poder cruzarlo. Como la pista está elevada sobre el terreno, puedo bajar por el talud para tratar de sortear el obstáculo por un lateral.
Justo a partir del socavón, comienza una de esas endiabladas rampas, la pendiente hasta la pista es más alta en este lado. Como en una competición de subida de cuestas, el primer intento me deja casi arriba, pero con la rueda trasera tan enterrada que ese último metro es imposible superarlo.
Libero al aparato de su carga, vuelvo a la base y me lanzo a toda potencia a un nuevo intento con idéntico resultado. Nada, no hay manera. Toca cambiar de disciplina.
El hueco excavado en la pista es lo suficientemente ancho como para meter en él la moto. Tal vez podría intentar subir desde ahí. Miro la cicatriz que la maneta del embrague de una Montesa Cota me dejo los nudillos siendo niño. Me encomiendo a Amós Bilbao, invoco el espíritu de Martin Lampkin y, colocado perpendicularmente a la pista, con el escalón a mi derecha, engrano primera.
Gas a fondo, hunde la horquilla y coordina los movimientos. Suelta el embrague, el cuerpo atrás. La moto debe salvar el desnivel a la vez que gira 90°. —Acuéstate, Kazuto Pacheco del trial. Dice mi yo más negativo. —Chúpate esa. Le respondo casi arriba. La rueda delantera en la pista, la panza de la moto tocando tierra y la trasera girando en el aire.
En este intento no he superado la zona. En mi casillero, fiasco y en la moto una raja en el piloto trasero y la matrícula doblada. No he subido en este intento, pero creo que se puede. Rebajo un poco el borde de la zanja, coloco unas cuantas piedra a modo de rampa y ahora sí que subo.
Quizás con demasiado ímpetu. Esta vez la moto sale disparada, se me escapa de la manos y acaba cayendo sobre su parte izquierda con un sonido angustiante. Como el que hace la última lata de cerveza de la fiesta al aplastarla, ya vacía, con el pie.
Una maldita piedra, a la que el tiempo y las vicisitudes le han dado una forma maldita, se interpone entre el depósito de gasolina y el suelo sin que el manillar ni las defensas puedan hacer nada al respecto.
El tanque rojo tiene ahora un bollo desconchado. Menos mal que siempre hay una parte positiva. No solo no se ha perforado, sino que la aguja del combustible ha subido una rayita. ¡Sin soltar ni un peso!
Tras lamernos las heridas brevemente, sigo la marcha sin más sobresalto. En seguida llego a un cruce con otra provincial que parece más concurrida. Otra vez, altero el recorrido previsto y elijo el camino que parece más sencillo, que me lleva al mismo destino por asfalto, pasando por las gargantas del Jachal.
Desde la parte alta del valle, por primera vez en algún tiempo veo el verde predominar sobre la tierra. Avanzo rápida pero gentilmente surcando el monte bajo jugando a los rallys.
Ya en el asfalto, llego a San José Jachal. Vuelve a ser domingo a la hora de la siesta. Por si fuera poco es el Día Internacional de la Resaca. Somos pocos los que andamos en la calle.
La primera dosis de curvas del año me transporta hasta la orilla del embalse Cuesta del Viento, de un turquesa que pareciera que hubiesen pintado el fondo de color piscina. A lo lejos, una muralla kilométrica de montañas con copete de nieve. Es una sobrecogedora visión panorámica de la cordillera.
Las poblaciones siguen en letargo, aunque se trata evidentemente de una zona turística dada la numerosa oferta de cabañas y restaurantes que hay. Continúo mirando hacia el sur hasta llegar al cruce del paso Agua Negra. Siento una enorme tentación tomar ese desvío y cruzar a Chile, pero sigo mi camino sin saber muy bien por qué.
Otra vez se acaba el asfalto. La pista se extiende en línea recta hasta donde alcanza la vista. A la derecha, los picos nevados muestran planos poligonales bien definidos en distintos tonos desde el blanco hasta el azul oscuro en un origami andino. A la izquierda, las ya habituales crestas multicolor en paleta cálida.
En cierto punto, se produce otro careo bilateral. A un lado, postes de electricidad formados por troncos pelados perfectamente verticales y un travesaño. Al otro, los mismos troncos pero llenos de vida. Las estiradas copas de los álamos se inclinan sobre la pista como queriendo llegar a sus hermanos desnudos.
Parece una ilustración del libro Soy un árbol. Pacheco (otro Pacheco) dibujó una bonita historia de amor entre un árbol y una árbola. Había algo de tragedia, los talaban para convertirlos en postes de teléfono, pero al final la casualidad quiere que les coloquen uno junto al otro y, por supuesto, vence la vida y el amor. Rebrotan y se comunican a través del tendido. Creo que era algo así.
El caso es que la estampa me ha traído a la cabeza ese libro que tanto me gustaba. No sé por qué pasa, pero pasa. Con frecuencia me vienen recuerdos de la infancia y la adolescencia. A veces sin motivo aparente, a veces, como este, porque algo activa la memoria.
Así, pensando en mis cosas, la tarde va avanzando y nosotros con ella. A la derecha, las montañas cada vez más azules, a la izquierda cada vez más rojizas, iluminadas por los últimos rayos de sol.
Un coche viene levantando una polvareda en dirección contraria. El primero en muchos kilómetros. El único por esta pista. Nos saludamos como está mandado y al devolver la mano al manillar la parte trasera de la moto comienza a dar bandazos. ¡Premio para el caballero! Primer pinchazo del año.
Hoy se me hace de noche, fijo. Como se trata de una verdad incuestionable, disfruto de la puesta de sol antes de ponerme a trabajar.
En lugar de poner un parche, sustituyo la cámara directamente. Según el gomero brasileño que reparó el segundo pinchazo, las cámaras que llevo son de una medida algo inferior y merece la pena arreglar la cámara original en lugar de montar la nueva, que es más fácil que se pinche. Pero quiero hacerlo rápido, así que por hoy me arriesgo.
En lo que sí le hago caso es en localizar el pinchazo, arrimar la cámara perforada a la cubierta en la posición en la que iba montada y buscar en la parte del neumático que coincide con el agujero al causante del estropicio. Al pelo. En un segundo encuentro un alambre diminuto que a saber el tiempo que llevaba ahí clavado.
No sabía que la cubierta giraba tanto sobre la llanta. El alambrito ha ido rozando con la cámara casi un cuarto de vuelta, la ha ido marcando hasta que en un punto ha hecho un pequeño orificio.
Ya está casi todo devuelto a su sitio. Para introducir el eje, un austríaco en una moto KTM viene desde el sur a ayudarme. O sea, aparece en ese momento a mi lado por sorpresa. Aunque su cacharro ya debía venir anunciando la llegada desde hacía un rato con el polvo que levantaba, el sonido de su escape se lo llevaba hacia las montañas azules un viento racheado.
Tiene un nombre casi impronunciable (aunque me alaba el intento) y del todo irrecordable. Yo le alabo la moto. Es preciosa, no le falta un detalle. —Un austriaco en moto austriaca. Dice haciendo un chiste centroeuropeamente gracioso. —No, perdona. Tu moto es medio india. Bajaj es dueña de parte de KTM.
Ya que casi somos compañeros de escudería, me ayuda a terminar el trabajo y me proporciona una botella de agua para terminar la etapa. Muy amable el rubio. También me ha dado una idea para el futuro. Viene subiendo desde el sur cruzando todos los pasos andinos entre Chile y Argentina.
Añadir a la lista: considerar una ruta de subida a través de los pasos de montaña.
Ya es de noche cuando llego a Calingasta. Hay un letrero que indica la dirección hacia el camping municipal. Lamentablemente, se encuentra en remodelación y no me permiten pasar allí la noche. Pero el tatuado de la puerta me sugiere montar la tienda en la playa fluvial a la salida del pueblo. Según él no hay problema por ponerme allí. Lo que no sabe es que hay varios muchachos por allí siguiendo la fiesta de anoche y, la verdad, hoy prefiero estar tranquilo.
Continúo mi camino. Me gustaría llegar a un sitio donde pasar unos días para tachar algunos puntos de la lista. Por la carretera hasta Barreal, los arcenes se van llenado de gente a caballo, vestidos de gaucho, van a paso lento en pequeños grupos entre la oscuridad.
También aquí hay camping municipal. Está operativo, bien equipado y a un precio casi simbólico. ¿Será mi nueva casa por unos días?
Parece mas bien duro el camino en estas últimas etapas ya parece que no hay dificultad insalvable....
Sigue bien....!!
Sí! Por el momento los obstáculos se van salvando, afrontándolos o esquivándolos, pero siempre avanzando
Chapó. maestro.
Al·lahu-àkbar, Martifer!
Aún no te lo he dicho querido Joaquín, pero escribes muy muy bien. Te mando un fortísimo abrazo, esperando y deseando leerte en el próximo capítulo.
Muchas gracias, Sergio. Me alegra saber que estás al otro lado.
Un abrazo fuerte!
Apacibles fotos para un duro esfuerzo!!! Pa'lante siempre!! Escribes tan bien que voy contigo entre cuestas y veredas!!! Mil besos
🛵🤗
¿La moto es una cosa o es algo más?
Poca gente se toma con humor una herida de guerra de esas proporciones.
Zaluút, camarada.
Si hacemos caso a la RAE, sí:
1. f. Lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, concreta, abstracta o virtual.
(Hasta se puede cambiar las "o" por "y")
La cuestión es cómo nos relacionamos nosotros con esa cosa y viceversa.
Creo que la cosa hasta siente orgullo de su herida cuando alguien hace un comentario sobre ella.
Te vengo leyendo desde hace rato. Veo que mi tierra natal te está dando pa que tengas. Mejor, así tenés más para contar, guapo! Que si sale todo bien es aburrido!
Es un lujo recorrer un poco de tu tierra natal!
Me gusta viajar, me gustan las motos y me gusta como escribes.
Quién da más?
Fuerza panadero!!
Muchas gracias, Francisco!
Eso te iba a decir al ver la foto de la moto... ¡esa moto va muy cargada! Menos las herramientas sobra todo! jajaja
Oye ¿y has probado los líquidos antipinchazos? Yo llevaba puesto y no pinché en 25mil km y por esas mismas carreteras. A lo mejor fue simplemente suerte, pero a lo mejor funcionan...
A seguir tan bien!
Por aquí te seguimos nosotros
En realidad no iba tan cargada (ahora un poco menos). Es más volumen que peso, ten en cuenta que la moto es muy pequeña y parece más equipaje del que realmente hay. Pero vaya, quité algunas cosas de todas formas.
En Namibia probé líquidos anti pinchazos y no funcionaron nada. Pensé buscar cámaras de 4 mm, pero después de no encontrarlas durante un tiempo, se me acabó olvidando.
De momento, todos los pinchazos han tenido su por qué (objetos punzantes) mientras sea eso, se arregla y ya. Lo malo es pinchar y no encontrar la causa como pasó muchas veces en África!
Que Monesvol sea contigo