11. Fun, fun, fun
Una actividad esencialmente divertida como viajar en motocicleta, encierra a su vez partes de tedio, molestias y sufrimientos. Como en un fractal bipolar, también se puede encontrar diversión (o incluso placer) en un momento concreto del viaje en moto —que ya hemos convenido que es, en general, divertido— por penoso que sea este.
Es decir, no porque viajar en moto sea divertido se viva como en una fiesta permanente. Más bien, es la variedad de situaciones, sentimientos y sensaciones las que resultan en un cómputo divertido.
Por ejemplo: una buena parte del trayecto de Cafayate hacia el sur por la 40, discurre por unas rectas largas y llanas. La conducción por aquí es aburrida, pero contemplar el paisaje recostado sobre la bolsa, con los pies apoyados en las defensas del motor y un pitillo en los labios, es divertido.
De no ser por este tramo rectilíneo, la breve parte sinuosa llegando a Belén habría pasado desapercibida. No son las curvas más excitantes, tampoco la moto ni el asfalto permiten realizar tumbadas de Gran Premio. Pero encuentro muy divertido buscar la trazada ideal que me permita no usar los frenos y dibujar una trayectoria limpia y fluida que me lleve desde un ápice hasta el siguiente sin malgastar ni un km/h.
Así que los apenas 140 km entre Cafayate y Belén han sido divertidos.
Entre una cosa y otra he acabando saliendo tarde esta mañana. Después de Belén, quiero dejar el asfalto para llegar a Tinogasta por la ruta provincial que cruza la montaña. Como ese tramo prefiero hacerlo por la mañana, hoy me quedo aquí.
Una señal a la entrada del pueblo me dirige siguiendo el río hacia un «Camping campestre». En la entrada hay una barraca que en estos momentos se encuentra cerrada, pero que en la pizarra colgada de su fachada anuncia sugerente pizzas y panes de masa madre y otras suculencias.
Por la puerta trasera entreabierta se ve a una muchacha trajinando. Está preparando unas bandejas de pan de miga para los sándwiches que venderá por la noche.
Me explica cómo estira una delgada lámina de masa sobre la lata para, después de horneada, obtener una plancha de algo parecido a una gran rebanada de pan de molde. Solo quedará porcionarla en cuadrados y así tendrá su pan de sándwich.
Después de esa lección, Celeste me invita a instalarme donde más me guste. Celeste y Miguel, son la pareja que se encarga del chiringuito del camping durante esta temporada. Ambos son cocineros y viajeros.
Cuando encuentran un lugar que les interesa donde además pueden trabajar, se establecen durante unos meses. De esta manera, no solo están recorriendo el país, sino que además lo van conociendo con cierta profundidad.
En cada sitio pueden recorrer detenidamente la zona, interactuar y mantener relaciones con los vecinos del lugar y a la vez obtener los ingresos necesarios para mantenerse y continuar con el viaje.
Sin duda, es una manera inteligente e interesante de combinar trabajo y diversión. Además, hacen un pan muy rico desde que durante la pandemia se aficionaron a la masa madre gracias a los vídeos de Ibán Yarza. Otra cosa que tenemos en común.
Un poco más al sur, dejando atrás Londres, arranca la Ruta Provincial 3. Uno pensaría que, tratándose de un camino oficial, de los que aparecen en los mapas y todo, tendría un acceso señalizado o, al menos, reconocible.
Nada más lejos. La entrada es bastante discreta. Casi parece un camino vecinal en bastante mal estado, además. Durante los primeros kilómetros tengo que detenerme varias veces para comprobar que estoy en la senda correcta, porque es difícil distinguir la RP3 del resto de caminos que salen al costado de las fincas entre las que discurre.
Al cabo de un rato, dejo atrás la última finca. La pista ya no está en mal estado, ahora se encuentra en muy mal estado. Mantiene el ancho de un coche, aunque dudo que por aquí haya pasado uno hace mucho tiempo. Solo se ven las huellas de una bici y de ganado.
El camino salva el relieve a la bravas mediante pronunciadas rampas llenas de socavones y rocas. Como diría Raúl, la moto se la banca. La vegetación se reduce a algo de matorral y algunos cactus en flor. Hace bastante calor y avanzo a trompicones, como si se tratara de una prueba de trial primigenio.
La pista encuentra un resquicio en la ladera y comienza ascender hasta asomarse a un amplio valle por el que luego discurrirá más suavemente. Un árbol solitario ofrece el cobijo perfecto para detenerse a disfrutar del paraje, secarse el sudor y meterle mano a ese cacho de queso de cabra que compré esta mañana en el pueblo.
En la llanura del valle, próximo ya a Tinogasta, hay esparcidos desperdicios de todo tipo. El inicio de esta ruta es el acceso al vertedero. Por lo que se ve, hay gente que no consigue llegar hasta él y decide abandonar sus porquerías en los alrededores.
Desde aquí hasta Fiambalá se sigue por carretera asfaltada. De nuevo, la conducción es lo de menos. Casi me olvido de ella adentrándome en un lugar fascinante.
Dominado por la inmensa duna que asciende por la cara oeste de las montañas que veía mientras comía queso, es el inicio del altiplano andino y la puerta de entrada hacia la zona de los seismiles.
Estamos a dos días para Nochebuena, pero no encuentro nada que transmita espíritu festivo. El decorado, el clima y el absoluto vacío de las calles no tienen nada que ver con el ambiente navideño al que estoy acostumbrado. Evidentemente.
Hoy es 22 de diciembre y además he llegado pronto a Fiambalá. Es la hora de la siesta, por eso no hay nadie por la calle. Aprovecho para darme una vuelta por los alrededores y buscar dónde instalarme.
Dentro de Fiambalá está el camping El Paraíso. Ahora me explico el calificativo de campestre del camping de Belén. Este no es en absoluto campestre. En el patio de su vivienda, Blanca ha dispuesto un quicho (con su parrilla y canilla preceptivas) alrededor del cual hay algunos huecos donde montar las tiendas.
Blanca es una mujer separada que vive allí con su hija pequeña. Se crió en la Patagonia, en una chacra en la que le tocaba hacer todo tipo de trabajos desde bien pequeña. Por eso no necesita ninguna figura masculina que le ayude con las tareas de mantenimiento del lugar.
Esta información me llega así de repentina a los pocos minutos de conocernos. Continúa con una serie de reflexiones alrededor de la feminidad, la masculinidad, la homsexualidad y una interminable lista de palabras que terminan con la letra d.
Algunas de sus ideas me resultan peregrinas, pero Blanca admite la discrepancia siempre dispuesta a la confrontación amistosa. Normalmente el debate sobre cualquier tema me interesa lo justo, pero me encanta cómo desarrolla los temas, como enlaza las ideas y lo bien que se expresa. Imagino que por contraste con mis limitaciones en lo que a comunicación oral se refiere.
La noche nos sorprende antes de que pueda montar la tienda. Mientras yo levanto el campamento, ella pasa de regar las plantas a repellar un muro a la luz de una bombilla.
La mañana amanece de color naranja. El cielo azul de ayer, por lo visto, es una excepción. Aquí las tormentas de arena son lo habitual. La luz del sor tamizada por la arena en suspensión crea un ambiente apocalíptico.
Dentro del pueblo, salvo alguna ráfaga de aire que lanza granos de arena con violencia, la vida es soportable. Pero a las afueras, de camino hacia las termas, la situación se complica y me obliga a volver sobre mis pasos para refugiarme en un pequeño museo dedicado al patrimonio geológico y antropológico de la zona.
Además de los paneles explicativos, algunas muestras de las rocas y minerales de la zona y restos arqueológicos que incluyen muchas piezas cerámicas y un par de momias, hay una sala dedicada a los andinistas.
En ella hay fotos, dibujos y materiales que se usaron en las expediciones a los picos más altos del lugar. Tanto de los pioneros como de algunas más recientes. Hay artilugios curiosos, como unos pequeños estuches metálicos que los montañeros llenaban de carbón para calentarse y evitar congelaciones. Hornillos de alcohol o gas primitivos y todo tipo de indumentaria que hoy nadie usaría ni para salir de excursión al área recreativa de su zona.
A final de la mañana puedo acomodarme un rato en el quincho de El Paraíso con el computador para tratar de escribir algo. Hace casi un mes que no me siento a hacerlo, desde que conté la entrada en Argentina, y temo que se me olviden las cosas o que pierda la práctica. O ambas.
Pero enseguida tengo que abandonar a causa del viento y la arena. Sin otra cosa que hacer, me voy a de compras para la expedición de mañana.
Mi plan navideño consiste en salir desde aquí en dirección a San José Vinchina atravesando las montañas. Tengo un track en la aplicación GPS del móvil que une ambos puntos a través de unos 300 km de pistas, así que la idea es pasar la Nochebuena a medio camino acampando libremente.
La despensa está surtida. Hay buenos manjares que no comimos en la despedida de Cafayate. Pero como mañana es un día especial voy a comprar algo de vino, fruta fresca y unos cuantos huevos para desayunar a lo grande.
También me hago con un bidón de 5 l de gasolina por lo que pueda pasar. Entre la panoplia de emociones dentro de la diversión de un viaje en moto, está una de las más adictivas: la incertidumbre.
Desde el pueblo, tomando la Ruta 60 se llega al paso de San Francisco, uno de los más célebres entre Argentina y Chile. En cierto momento me tengo que desviar hacia la izquierda, adentrándome por un valle entre cerros. Solo sé que tardaré un buen rato en llegar a una ruta provincial. Lo cual, vista la RP3 no es garantía de nada.
Aquel tramo entre Londres y Tinogasta pretendía ser un aperitivo de las fiestas. Significaba dejar la Ruta 40 para adentrarse por caminos más agrestes como calentamiento, como una cena de empresa o algo así.
El recorrido que me debe llevar hasta San José, que es el primer sitio poblado que encontraré, solo transcurre por una ruta oficial durante los kilómetros finales. Lo que hay en medio lo desconozco por completo. Si la moto o yo aguantaremos es una de las incógnitas. Cómo será el terreno y las condiciones climáticas, la otra. Estoy atemorizado.
El miedo es otra una emoción ambivalente. Paraliza y somete, pero también puede ser un detonador y fuente de adrenalina y disfrute. Que se lo pregunten a la industria del entretenimiento. O a la de la política.
En el trayecto entre el pueblo y el momento del desvío he hecho más paradas y más fotos que en 10 días en Cafayate. Supongo que tiene que ver con el miedo. Como si retrasar el momento de entrar en lo desconocido pudiese librarme de hacerlo.
Tal vez descargue una tormenta que me haga volver a El Paraíso. No sería descabellado teniendo en cuenta los nubarrones que hay en el cielo. O quizás me encuentre con alguien por el camino que me proponga otro plan o me informe de que está prohibido circular por esa pista.
Dramas aparte, llevo agua, comida y cigarrillos de sobra. Estoy en el arranque de la pista, ya casi es media mañana y no quiero llegar tarde a la cena.
La huella al inicio está bien marcada, aunque no hay signos recientes de que nadie haya pasado por allí. El terreno es de piedra suelta pequeña, como si fuera una arena gruesa que hace flanear a la moto.
En algunos lugares se acumula formando pozos que frenan el avance. Ya no hay lugar para temores en la cabeza. Toda la atención está puesta en el manejo del aparato y no perder el rumbo; tratar de intuir por dónde continuará el camino y observar la evolución de las nubes.
Desconozco si las formaciones rocosas que veo tienen algún nombre promocional. No sé si el pequeño salar que acabo de dejar atrás está catalogado en las guías turísticas. Puede que ver vicuñas y avestruces sea uno de los reclamos experienciales de la zona. Ni idea.
Hasta el día de hoy, nadie me ha hablado ni me ha instado tajantemente a que visite este lugar en concreto. Pero aquí estamos, la tarde del 24 de diciembre en dirección opuesta a Belén siguiendo una estrella errante.
El valle se va cerrando hacia un grupo de cerros que alcanzan los 3.500 msnm. Voy un poco separado del track que debería seguir, el cruce de un río seco me ha desviado del camino, pero la dirección es buena. Debo buscar la salida hacia la izquierda.
Justo antes de empezar a bajar por el lecho de una torrontera, encuentro un puesto en lo alto de una loma. Es una construcción precaria donde algún pastor se guarece cuando lleva a sus ovejas por allí.
Hoy no hay pastor, ni ovejas. Solo miles de bolitas negras y un Peugeot 504 que vino hasta aquí para convertirse en trastero.
A partir de encarar el descenso no hay rastro de camino. Solo hay que seguir el curso seco del agua, avanzando poco a poco entre las piedras y la arena hasta el próximo desvío que me deje mirando de nuevo hacia el sur.
En el punto en el que debo cambiar el rumbo, otra torrontera se une desde mi derecha. La montaña que las separa desaparece suavemente hundiéndose en un plano inclinado que domina la vista sobre las montañas que hay al frente, más bajas y cubiertas de nubes.
Hay una parte del terreno despejada. Aunque es pronto, deben de ser las 14 h, parece un buen lugar donde montar la tienda. Desde luego, despertar con esta vista no es mala opción. Pero aun es temprano.
El siguiente tramo es parecido al que acabo de abandonar, pero esta vez en subida. Ya que estoy caliente, creo que es mejor continuar un poco más y no arrancar al día siguiente con la dificultad.
Resulta mucho más complicado subir que bajar. En bajada la escasa potencia es suficiente para evitar que la rueda delantera se hunda y para timonear en los giros. En la subida, además de eso tiene que suplir la falta de tracción y hacerse cargo de todo el peso. Además, vamos ganando altura. Hay que llegar hasta los 3.400 msnm.
A partir de este punto, se supone que debe existir un camino o algo parecido. Con una línea amarilla lo marca el mapa en la pantalla del teléfono. Ese camino, cuando finaliza la ascensión, gira sobre un nuevo cauce y, finalmente enlaza con la ruta provincial.
Pero en la vida real no hay nada que se parezca a un camino. Solo hay una dirección posible remontando el lecho, por dónde lo atraviese es cosa mía. De alguna forma, pensar que este tramo está cartografiado, me anima a seguir un poco más.
Por un lado pienso que en algún momento mejorará, por otro tampoco veo dónde acampar, la niebla baja de las montañas y no hay un sitio plano y resguardado donde montar la tienda.
En un momento dado, por el rabillo del ojo me parece ver un perro blanco corriendo a mi lado. ¡Qué susto, maldita sea! No puede ser ¿qué hace un perro por aquí? No ladra, ni hace ruido, debe de tratarse de una alucinación, mal de altura, edema cerebral, yo qué sé. Lo más probable es que haya sido un efecto óptico provocado por las gotas que se acumulan en los cristales empañados de las gafas.
Con bastante esfuerzo, la moto me lleva hasta el siguiente punto, pasando sobre el Abra de la Punilla la encaro, ya en descenso, por un nuevo cauce. Esta vez es bastante ancho y lleva algo de agua.
Las laderas aquí son más suaves. Hay algo de terreno plano en los márgenes. Ya sí, va siendo hora de poner la mesa, encender la chimenea y empezar con los villancicos.
Una vez despedido el río, la pista continúa en buen estado. Tanto que después del entrenamiento sobre el lecho pedregoso, me siento como un piloto dakariano, avanzando mucho más rápido por la tierra de lo que lo suelo hacer por asfalto.
A eso de la hora del té estoy en Vinchina. Domingo de verano y día de Navidad, ni cristo por la calle. Tampoco me parece reconocer un solo lugar donde hospedarse, por lo tanto sigo por carretera hasta el siguiente pueblo.
Sin más preocupación que mirar de vez en cuando por el espejo retrovisor, reparo en que la transmisión está haciendo un sonido horrible. Hace algún tiempo que viene dando muestras de fatiga. Tengo que tensar la cadena con demasiada frecuencia y los tensores están alcanzando el tope.
El caso es tener una puñetita rondando la cabeza. La cuestión del chiclé ya quedó pospuesta hasta que vuelvan las alturas (estos 3.400 msnm ya no son nada), ahora le toca el turno a la transmisión secundaria.
Podría pensarse que lo ideal sería tener una moto que nunca diese problemas, que no se averiase y cuyo mantenimiento fuese cercano a la nada. Eso ahorraría algunos inconvenientes y monedas. Pero lo cierto es que estas molestias forman parte de la diversión de viajar en moto.
No es que me pueda quejar de la fiabilidad de mi máquina. Aunque con 9.000 km es demasiado pronto para que tener que reemplazar el kit de arrastre (o para tener alguna avería seria) la verdad es que no pide gran cosa ni se enfada por los abusos.
Al llegar a Villa Unión el panorama es parecido aunque algunos establecimientos en la calle principal están abiertos y un par de letreros indican la existencia de camping. En el primero que visito no hay nadie y está cerrado a cal y canto. El segundo, lo mismo.
Vuelvo sobre mis pasos. El primero parecía un poco más acogedor, además un cartel junto a la puerta invitaba a llamar a un número en caso de querer acampar. Esta vez el portón de acceso está abierto y dentro está el dueño, Tito, quien después de terminar de hacer lo que haya venido a hacer, se sube en el coche y me deja a mis anchas como amo y señor del lugar.
Se trata del modelo de camping en los que acampar es solo una de las opciones, no necesariamente la principal. Mucha parte del público habitual solo viene a pasar el día, para bañarse en la piscina, hacer un asado o festejar una celebración multitudinaria.
Eso puede tener algunos inconvenientes, pero tiene otras ventajas notables: suelen tener lugares cubiertos donde refugiarse, hay mesas y bancos disponibles, conexiones de electricidad y un buen número de parrillas.
La que está al lado de mi tienda está pidiendo a gritos un poco de calor para concluir los festejos del 24 y 25 de diciembre. A falta de carne, esta noche el menú será pizza a la brasa.
Para celebrar el fin de año hay programado un cotillón campestre, con un plan parecido al de Navidad: empalmar dos rutas fuera de pista y hacer el cambio de año acampado en la montaña.
Es decir 'Ibán Yarza' y sale también 'primigenio'. No falla.
Entre otras 😆
Como un gorrino en un charco!
Esas navidades perdido en el lecho de un río sí que te las envidio, lejos de toda la tontería que se monta en el mundo "civilizado".
Qué ganas de viajar, hermano macarrón...
Ya voy yendo hacia el norte, nos encontramos en Paraguay y seguimos
ajolá
En el tûnel del tiempo....
Guirnaldas humeantes
Mariscos de anzuelo
Llamas ..emús...
Estrella errante
Motopan
Rioja y cigarrito
......,@
El libro africano.......... 10!!!!
Villancicos en 4 tiempos
!!!!elevare, bajare...!!!! Cada vez te pareces a tus tíos Javi y Juan, el físico y la voz, que orgullo de raza!!! Elevare, bajare!!! Mil besos
Tinteroteroteroteeeeero