Sudamérica—31.10.2022

02. Estado civil: amigos

Hay algunos asuntos que se han repetido en las conversaciones que he tenido estos días con distintas personas. El caso de Marcelo Pecci, las bondades de la caña con pomelo, el asunto energético de la represa de Itaipú y la necesidad de que busque una mujer paraguaya.

El tema de la política, la corrupción y la justicia, suele salir en las conversaciones. El trago y todo lo relacionado con la ingesta de sólidos y líquidos, también es un asunto recurrente que adquiere dimensiones religiosas en cuanto al asado o el tereré.

Parece ser que el estado civil de uno es otra cuestión igualmente importante. Tanto es así, que el Registro del Automotor no ha tolerado que en la solicitud de la documentación de la moto no indicara mi situación.

Por ello he tenido que reiniciar el proceso, aunque esta vez es más rápido y en dos días más debería estar listo. Eso significa que el viernes podría tener toda la documentación y así estar listo para salir de Asunción. Si no es así, tocará esperar hasta la semana siguiente.

La vida motorizado mejora bastante. La circulación no es tan crítica como parecía desde la acera, aunque hay que tener precaución, especialmente en las intersecciones. Una vez que entiendes el sistema, funciona bastante bien y además, prácticamente todo el mundo utiliza los intermitentes, cosa de agradecer. Aunque el hecho de que casi todos los coches tengan las lunas tintadas, muchas veces impide interpretar las intenciones de los conductores.

Si bien a velocidad de moto hay detalles que se pierden respecto a cuando se camina, la ampliación del territorio abarcable compensa con creces. Tener moto no impide andar de vez en cuando, por otra parte. Pero gracias a la nave, durante este tiempo extra en la ciudad, puedo acudir en el mismo día a dos citas en lugares algo distantes.

Para encontrarme con Daniel, me desplazo hasta Capiatá, a unos 20 km de Asunción. El motivo de nuestra cita es hacerme entrega de unas alforjas para la moto.

Daniel, es un motoviajero que quiere recorrer el mundo. Para financiar su proyecto viajero ha emprendido, junto a su primo Gustavo, un negocio de accesorios textiles para motoristas y sus máquinas bajo la marca Jaha. En la casa donde me reciben, han instalado un pequeño taller en el que Gustavo confecciona y una oficina donde Daniel se encarga de la parte comercial.

Nada más llegar, se lanzan sobre la Boxer para instalarlas y comprobamos lo bien que quedan. Ni mandao hacer, que diría una que yo me sé. Las alforjas tienen varias cinchas de anclaje que se amarran a las barras de los reposapiés traseros de la moto. Con dos anchas bandas de velcro quedan unidas sobre el sillón. Le sientan como un guante.

Gustavo hace un gran trabajo y la experiencia motera de ambos les permite incorporar mejoras con cada nueva pieza que elaboran. Probamos también una bolsa sobredepósito que tienen en su catálogo, y el aspecto de la moto es estupendo.

Los patrones de Gustavo

Tal vez no tengan el encanto de las cestas que hace Mr. Boston en Lusaka, pero sin duda son mucho más prácticas y eficaces. Nos estamos aburguesando.

Después de intercambiar unos adhesivos y hacer unas fotos, Daniel me invita a tereré mientras charlamos. Todavía no había tenido ocasión de probarlo. Bueno, ocasión siempre hay, no existe nada más fácil de encontrar por aquí. Pero me parece que esta es la manera más propia de hacerlo.

Daniel ha recorrido gran parte del país y otros lugares del continente en moto. Así que dispone de mucha información sobre rutas, contactos, y otras cuestiones pácticas que comparte generosamente entre tereré y tereré.

Hasta hoy tampoco había probado la chipa. A eso esta vez le pone solución Diego, el propietario de la panadería Oveja Negra, a quien voy a visitar después de comer con Daniel.

Nos encontramos en la nave recién estrenada en la que ha establecido el centro de producción. El último paso de un negocio que no para de crecer desde 2018. Por herencia familiar debería haber seguido la senda del derecho, pero pronto, tomando su propio camino se acercó a la cocina. Y, de ahí, a la panadería.

Diego ofrece a todo aquel que pase por una de sus tiendas excelentes panes de masa madre y bollería de primera. En la capital hay algún lugar más que vende este tipo de pan. También otros que lo dicen, aunque no lo hacen. Pero Diego es uno de los pioneros.

En poco tiempo ha pasado de hacer panes por encargo, en un pequeño horno de convección, a tener a más de 25 empleados en una nave fantásticamente equipada. Lo que nos habla de la aceptación que están teniendo sus panes. Como no podía ser de otra manera.

Él y su equipo siguen un estilo de panadería contemporáneo, no obstante comparte maestro con Chad Robertson, el referente de los referentes en el mundo de los panaderos con barba y tatuaje. Y cuenta de Instagram.

Diego me dedica su tiempo sin escatimar en detalles sobre su historia, las instalaciones o el proceso, y me regala un variado de sus panes. Entre ellos, unas chipas pequeñitas, emblema de la panadería paraguaya, con las que sueño desde entonces.

El turno de tarde de Oveja Negra poniendo a punto el horno

Tanto Daniel como Diego tienen poco más de 30 años. Se dedican a hacer lo que más les gusta y además lo hacen bien. Más que como forma de ganarse el pan, los trabajos que se han proporcionado son una manera de entender sus vidas.

En la mía, de momento, lo más importante es salir a dar una vuelta por Paraguay. Afortunadamente, el viernes toda la documentación está lista, todo el material listo y puedo hacer los últimos preparativos para arrancar el sábado por la mañana.

La fachada de nuestra casa en Asunción ¡Mañana salimos!

Resulta que la semana laboral en Paraguay se extiende hasta el sábado por la mañana. Esto, sumado a que el lunes es día festivo, explica que la salida de la ciudad esté particularmente colapsada. Salir tarde y la ruta elegida tampoco ayudan.

Me dirijo hacia Caacupé, capital del Departamento de Cordillera. Para más inri, es un destino turístico muy frecuentado por los capitalinos debido a su cercanía y atractivos. Así que los primeros kilómetros de viaje son un contínuo zigzagueo, arrancadas y paradas, y vigilar el espejo retrovisor.

Una decisión bastante pueril me hace librarme de la ruta más concurrida. Elijo dar un rodeo para hacer la gracia de pasar por Colombia (presunto destino final del viaje) en el primer día de ruta. En realidad se trata de un municipio llamado Nueva Colombia, pero esta bobada me regala un bonito trayecto, sinuoso y lleno de subidas y bajadas.

Recorriendo esta zona, me deshago del estrés de los primeros kilómetros y empiezo a sentir que ya se empieza a cumplir lo que he esperado tanto tiempo. Todo un continente comienza a deslizarse bajo los neumáticos de la motito.

A pesar de haber salido tarde, llego pronto a Caacupé. Me gustaría montar la tienda esta noche y pasar un par de días por la zona. Terminar de hacer el rodaje y hacer los primeros ajustes en la carga, que con las prisas llevo distribuida de cualquier manera.

Los primeros intentos de encontrar un lugar no dan sus frutos, así que, tirando de Google Maps, continúo hasta Piribebuy, donde aparecen varias opciones. Entre ellas, la primera que encuentro abierta es El Paraje Camping.

Se anuncian como el primer camping de estilo europeo de Paraguay, lo que en un primer momento me da un poco de reparo. No hemos venido hasta aquí para eso ¿no? Pero he sido incapaz de encontrar las otras opciones virtualmente disponibles.

Por alguna razón, a pesar de que el camping está cerca del pueblo, el navegador decide llevarme dando un rodeo, a través de caminos que discurren entre cultivos, atraviesan pequeños grupos de viviendas y un campo de fútbol donde se están jugando el resultado en la tanda de penaltis.

Esta vez, seguir las luminosas indicaciones del artilugio, como si de un guía espiritual se tratase, son realmente una bendición, porque acabo el día atravesando barrizales, sorteando agujeros y trepando pendientes. «Palabra de GPS».

Todavía no sé cómo son los campings de estilo paraguayo, pero El Paraje cumple lo que promete. Es lo que cualquier europeo puede entender que es un camping. Me aventuro a suponer que hay dos características que lo hacen más europeo que el resto. Una es que la música está prohibida. La otra es que el terreno está parcelado con setos divisores.

Pero algo que en mi experiencia no resulta nada europeo y que, sin duda, mejora el concepto es que se puede hacer fuego libremente. Supongo que por muy europeo que pretendas ser, hace falta algo más que eso para negarle a un paraguayo la posibilidad de hacer su asado.

A pesar de que el invierno sigue coleando, el camping está bastante lleno por el fin de semana largo. En cada parcela, grupos de amigos y familias encienden sus fogatas. Yo, sin un triste chorizo que echar a la lumbre, disfruto mi ollita de pasta y las cervezas que en recepción me han dado dentro de una champanera con hielo.

Al día siguiente, trato de adjudicar a cada cosa su lugar. Con todas mis posesiones desperdigadas en la parcela, a mis espaldas oigo que alguien me llama. Desde detrás del seto aparece una tabla de madera que soporta unos manjares. Detrás de la tabla está Claudio, que me ofrece asado para comer.

No tengo claro si se debe a que la amabilidad es una característica que abunda, o si es que voy dando pena. Quizás hago cosas incomprensibles por las que compadecerse de mí, como no tener una nevera para mantener la cerveza fría o no preparar asados estando de camping.

Sea como sea, y a riesgo de que me nombren Turista Gorrón 2022, me gusta que las primeras veces que disfruto de los emblemas gastronómicos del Paraguay, sean regalos que la gente me ofrece desinteresadamente.

Claudio ha venido con su mujer Tamara y su hija Maylen Ainhoa, a la sazón la niña con las pestañas más grandes del mundo. No contentos con invitarme a comer, me acogen en su parcela para pasar lo que queda de tarde tomando unas cervezas y encendiendo de nuevo el fuego, que esas carnes no se van a asar solas.

Aunque pensaba seguir camino al día siguiente (la impaciencia manda), ¿quién puede resistirse a seguir limpiando el bosque de maderas inertes, prenderles fuego, colocar encima horno holandés, llenarlo de verduras bien picadas y pedazos de gallina hasta que el olor que desprenda el invento haga que salives como un san bernardo? Yo no, desde luego. Jamás diría que no a semejante oferta.

Y así pasamos otro día en familia hasta que, uno tras otro, los campistas van abandonando el lugar dejándome solo con mi champanera y una provisión de leña.

Gallina come gallina

Hasta ahora no tengo muy definida qué ruta quiero seguir. La tarea se me hace bola y, aun a riesgo de pasar por alto destinos obligados o al menos lugares dignos de visita, prefiero limitarme a decidir hoy el paso que daré mañana. Claro está que tengo una idea básica y algunos puntos marcados en los mapas, pero el itinerario se irá perfilando según vaya avanzando, según se vaya estabilizando el gasto diario y se pueda establecer un equilibrio entre el presupuesto y el tiempo que me tome llegar de un punto hasta el siguiente.

Paraguay se divide en dos regiones Oriental y Occidental. La parte oriental es la más desarrollada y donde se encuentran las principales ciudades. El resto, es el Chaco Paraguayo. Me advierten sin cesar de que es una zona peligrosa e inhóspita, pero limita con la parte de Argentina que en principio me atrae más. Así que el plan general consiste en darle una vuelta al país en sentido antihorario y entrar a Argentina por el norte.

Por lo tanto, la siguiente etapa debe apuntar hacia el sur. Quizás estaría bien seguir el curso del río Paraguay, que marca la frontera con Argentina desde su paso por Asunción, pero no encuentro una ruta que me lleve desde aquí sin volver a acercarme a la capital. De modo que la idea es hacer el camino hacia el suroeste para buscar el punto donde se encuentran el Paraguay y el Paraná, y después remontarlo rumbo a Encarnación.

El martes salimos de nuevo a la carretera. En un taller del pueblo hacemos el primer cambio de aceite y filtro, con la bendición de un parroquiano que, viendo lo limpio que sale el aceite, comenta que no hay que esperar a que se ponga negro para cambiarlo.

No tengo un destino fijo para hoy, porque no sé con qué tipo de carreteras me voy a encontrar, o cuánto cundirá el día hasta que llegue la hora de buscar refugio. Pero como vamos hacia un punto lejano (el encuentro de los ríos) se plantea como la primera etapa de verdad. Lo que me da bastante gustito.

Busco enlazar tramos tratando de evitar lo máximo posible las rutas principales para huir del tráfico y atravesar lugares más pintorescos. A veces no es posible esquivarlas y compruebo que, además de no haber mucho tráfico, también resultan interesantes.

Pero disfrutar, disfruto más por los trayectos sin asfaltar, como el tramo que atraviesa el Parque Nacional Ybycuí, una pista en ocasiones escarpada y arenosa que disfruto como un cochino en un lodazal.

Desde allí llego a la Ruta 1, que a esta altura discurre por terreno más llano donde se van sucediendo estancias, ranchos y fincas con explotaciones agrícolas y ganaderas. La toponímia indica que llegamos a zona de pasado jesuítico y el día acaba llegando a San Ignacio Guazú, conocida como «Corazón del Sur», en el Departamento de Misiones, donde busco un sitio para dormir.

El nombre de San Ignacio Country Club podría sugerir en principio un lugar exclusivo o elitista. Tal vez sean mis prejuicios, o tal vez sea que no es un nombre muy certero para definir el establecimiento. La verdad es que al tomar el camino de entrada no estaba seguro de haber acertado con la elección.

Entre árboles gigantescos, unos carteles tallados en madera indican el camino a la recepción. Se ven varias construcciones techadas pero sin muros, donde hay parrillas y mesas de madera hasta llegar al corazón del lugar. En el centro hay una pequeña cancha de fútbol, tapizada de hierba y rodeada de setos. A la izquierda, una hilera de grandes cabañas de dos pisos. A la derecha, un edificio rectangular de una planta, con techo a dos aguas y un porche lleno de sillones, hamacas y mesas bajas.

Suena música ochentera a todo volumen y no se ve a nadie por ningún lado. El edificio rectangular es un gran salón con una barra al fondo, chimenea y mesas y bancos corridos. A su espalda, una explanada de hierba rodeada de una piscina y otras dos estancias abiertas.

Aquí tampoco hay nadie. Recorriendo el lugar, por fin veo a una señora arreglando un macizo de flores en un extremo de la cancha. Me recibe con una sonrisa y enseguida llama con un grito a Gustavo.

Gustavo es menudo, lleva ropa de faena y viene, expansivo, a encontrarse conmigo. Me hace un recorrido por las instalaciones explicándome con detalle todo lo que el lugar ofrece. Me cuenta que están con trabajos de mantenimiento, preparándose para el inicio de la temporada alta, que empezará a crecer desde ahora hasta diciembre.

Se nota que está orgulloso de su negocio. No en vano lo han ido construyendo poco a poco a lo largo de varias décadas y es el resultado de una vida de trabajo. Sin duda es una de las bienvenidas más cálidas que me han dado nunca. Me invita a instalarme donde más me guste y sigue con su tarea.

Un rincón en la explanada detrás del salón se ha convertido en el hogar perfecto durante una semana. Se han alternado los días fríos y lluviosos con otros de sol achicharrante y mosquitos voraces.

Ha sido un buen lugar desde el que hacer rutas por los alrededores en los días veraniegos y escribir resguardado de la lluvia en los invernales.

Pero lo mejor de todo ha sido conocer a Gustavo y a su familia. Además de una buena atención, me han sentado a su mesa y me han dado calor, con su chimenea, su sopa y su cariño.

La historia de Gustavo es la de un peruano que se marchó de casa siendo muy joven. Era el mayor de los hermanos y la tiendita de su padre no daba para mantenerlos a todos.

Con unos pocos dólares en el bolsillo, salió al mundo por necesidad, pero también con curiosidad y el deseo de prosperar. Recorrió varios países viajando a dedo hacia el sur, probando suerte en distintos trabajos y cambiando de lugar cuando lograba reunir algo de dinero.

Por azares de la vida llegó a Paraguay. Su espíritu nómada le hacía soñar con seguir hasta Brasil y quizás desde allí, llegar un día a Europa. Pero más casualidades le acabaron por retener en este país.

Progresar en el trabajo le permitió ayudar a su familia trayendo a sus hermanas y su madre hasta aquí. El encuentro con Ani, definitivamente le atrapó. Al cabo del tiempo, Ani y Gustavo dejaron la capital para instalarse en San Ignacio. Compraron un terreno y, con el paso de los años, fueron construyendo este lugar que tiene su toque personal en cada rincón. Country Club no define, ni de lejos, lo que es este sitio.

Bajo el Árbol de la Fertilidad de Gustavo. ¿Supondrá la llegada de la segunda generación de panaderos en motocicleta?

Al San Ignacio Country Club he llegado mientras se cumplía la primera semana de viaje. Estos primeros días son como un calentamiento para desentumecer el «sentido viajero», hacer ajustes en el equipaje y la moto y tratar de encontrar los caminos adecuados.

Los encuentros con otras personas han sido lo más destacado. Especialmente, los ratos compartidos con Gustavo y su familia, que van más allá de una relación comercial o una atención al cliente excelente, han servido también para ir encontrando esos caminos. De San Ignacio salgo con nuevas referencias en el mapa y sus respectivos contactos en la agenda.

Desconozco por qué es tan importante que en la documentación de mi moto figure mi estado civil. No sé en qué cambia que indique «Sin especificar» o «Soltero». Por mí, que ponga «Amigos».

14 comentarios

  1. Grande Joaquín! Me encanta tu aventura. Pero me falta un poco de picante en esa comida XD échale unos buenos chiles a ese viaje

  2. Joakintxo, le he regalado una de tus camisetas a Mariaje, por su cumpleaños. Me extraña que al precio actual de la gasolina puedas hacer 200 km ,como dices. Tú sigue así de optimista y ojalá te vaya todo bien. Estamos siguiendo el viaje por tus crónicas. Son buenísimas. Muchas gracias por hacernos partícipes de tu fantástico viaje. Un abrazo de nuestra parte, ¡ Suerte y Salud !

    1. ¡Muchas gracias por leer, por el comentario y por la compra! No sólo no he sido optimista en los cálculos, sino que gracias a la camiseta de Mariaje voy a poder hacer unos 400 km 🙂

      Abrazos de vuelta

  3. "No tengo claro si se debe a que la amabilidad es una característica que abunda, o si es que voy dando pena".
    ¡Jajaja, se me han saltado las lágrimas! Gracias por dejarnos acompañarte en tu viaje y por contarlo tan maravillosamente. Esperando ávidamente la próxima entrega, te mando un abrazo grande.

  4. Que gusta da leer tus crónicas, como las de Africa. Contigo a la fuerza tienen que ser amables...seguro que te los llevas" de calle". Sigo disfrutando, buena jornada. Muchos besos


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