18. Inercia
Cruzar la frontera de Zambia con Tanzania me sumió en un estado de euforia (contenida) que me ha llevado a lanzarme, sin muchas contemplaciones, a empezar la ruta hacia España por la costa oeste africana. El mero hecho de empezar el viaje era lo más importante y lo hice. Conseguí la moto, conseguí recorrer parte de Tanzania y conseguí cruzar la frontera con Zambia, que era una gran barrera en mi cabeza. Aunque, desde el principio, siempre ha estado ahí esa cosa de darle forma al viaje: dónde ir, por dónde, para qué… la idea de base era ir dejándome llevar, viendo cómo se desarrollaba el viaje, por sí mismo. La idea de llegar a España montado en esta moto es muy atractiva y, de esta manera, más o menos naturalmente, se ha convertido en un posible objetivo. Como expliqué en un post extraordinario, Por qué estoy viajando en moto por África, la entrevista que me hizo Roberto Naveiras para su podcast y el hecho de que para solicitar la visa de Angola tuviese que presentar un plan de viaje, me ha obligado a pensar en los motivos de este viaje o, al menos, a concretarlos un poco.
Así que, casi por inercia, me veo diciéndole al funcionario de la embajada de Angola que el motivo de mi viaje es que, si consigo llegar subido en la moto a España, me convertiré en el importador de la marca en mi país y que, de ser así, utilizaré el material que haya generado durante el viaje como herramienta de marketing. Era mi primera visita a la embajada y, ante sus preguntas, esta respuesta salió de mi boca. Al señor, con el que estaba hablando en español, le pareció un buen motivo y se preocupó por indicarme toda la documentación que tenía que presentar y otros formalismos que me ayudarían a conseguir el visado. Así que salí de allí bastante optimista pero con urgencia por conseguir recopilar todos los documentos que tenía que presentar ya que, si me daba prisa, podía hacerlo esa misma semana y que comenzasen a contar los días de espera.
Fotocopias, descarga de extractos bancarios, elaboración del proyecto y su traducción, me mantuvieron entretenido los siguientes días. A mí y a los amigos a los que recurrí en busca de ayuda: Cristina, Ana, Gonzalo, Roberto y Lucas, quienes se prestaron a todo lo que les pedí con mucha generosidad. Entre medias, un día festivo y otro más para conseguir algún otro documento que se había olvidado detallarme en la visita anterior. Y otro más, porque el día de presentar todo, la máquina para registrar las huellas digitales no funcionaba. Así que entre gestiones, esperas, fines de semana, etc. este trámite me tuvo en Lusaka unos 12 días.
En los días libres aproveché para hacer compras y reponer la herramienta robada, los guantes que compré en Morogoro (que ya estaban destrozados) y la braga para el cuello que me regaló Michiel y que perdí en algún sitio. La visita a los centros comerciales en busca de estos artículos supuso que mi media diaria de gastos se disparase hasta una cifra que aún no he calculado con exactitud. Aunque es verdad que ahora tengo prácticamente todas las herramientas que necesito, unos buenos guantes de jardinero y la braga. También he recuperado algún kilo que dejé por el camino. Y he hecho pan, claro.
Los centros comerciales en Lusaka están por todas partes y dejarían en ridículo a cualquiera de España. Son el lugar de ocio de los blancos y de lugareños que hacen recordar más a afroamericanos que a afro a secas. Siete u ocho franquicias de comida rápida se repiten en todos los centros. La más concurrida, con mucha diferencia, es la llamada Hungry Lion, que sirve pollo frito desde una pieza hasta el formato cubo. No hay nada especial en estos sitios o, al menos, nada que no conozcamos. Tal vez, el choque es más fuerte viniendo de lugares rurales, donde la gente va descalza al pozo a buscar agua pero, en cualquier caso, lo que más llama la atención es lo mismo que lo hace al lado de mi casa: la fascinación que despiertan estos templos del consumo, abarrotados de millones de productos. La sensación de que en la supuesta evolución o progreso que estos sitios representan nos hemos saltado varios pasos intermedios y que, aún llegando con años de retraso respecto a otros lugares del planeta, eso no signifique una corrección de los aspectos más nocivos que llevan aparejados. Pero vamos, que ahí estaba yo comiendo pollo frito y comprando conservas italianas (rechazando bolsas de plástico, eso sí).
Incluso durmiendo en una tienda de campaña (aunque con el ruido y las luces de la ciudad colándose por encima de los muros del camping), lavando la ropa a mano y mojándote si llueve, la ciudad te contagia de su ritmo. Así que, con todo lo del visado y las compras hechas, me hice una escapada hacia el sur. Un poco de moto sin semáforos y de aire libre es lo que me hace falta.
Enfilado a la salida de la ciudad en dirección al sur veo un puesto que tiene algo que me interesa. Además de los modernos centros comerciales, Lusaka es, en sí misma, un gran centro comercial. Miles de puestos con todo tipo de mercancías se alinean bajo los puentes que salvan las vías del tren, en los barrios más populares de las afueras, en el centro. Incluso en las grandes avenidas semidesiertas donde están las embajadas y las residencias amuralladas, de vez en cuando hay un pequeño puesto con plátanos, dulces, escobas o teléfonos móviles. Parado en el semáforo puedes hacer la compra a los vendedores que avanzan a pie entre el atasco. En el puesto que he visto venden cestas. Llevo tiempo pensando en colocar unas en la moto, a modo de alforjas. Las que he visto hasta ahora estaban hechas de esparto o lo que sea, muy bonitas, pero parecían más frágiles ante caídas, lluvia o barro. Estas, que están hechas con flejes de plástico, incluso desde la carretera parecen indestructibles.
Mr. Boston las confecciona allí mismo, junto a seis o siete personas más. Tiene unas que encajan perfectamente en los herrajes de la moto y por 8 euros me puede hacer dos, con tapa y todo, que tendrá listas a mi vuelta de Siavonga, donde voy a pasar tres noches junto al lago, haciendo fuego y dedicándome a nada en particular.
Y sí, me alegro de haber vuelto a la carretera, de meterme por caminos y de hacer la compra en puestos y no en lineales. De comprar cerveza en el bar del pueblo y volver para llevarle los cascos. De que la camarera me pida que le invite a una soda.
Pero hay que volver, con un montón de citas: Mr. Boston, el taller oficial de Bajaj para la revisión de los 7.000 km, un encuentro con Stefi (una panadera alemana que se lo ha montado en su casa al estilo Bora Bakery) y, cómo no, la embajada de Angola.
A Mr. Boston le falta terminar las tapas, pero esta misma tarde la tiene. En el taller están a punto de cerrar, así que me pasaré mañana a primera hora, antes de ir a la embajada, y a Stefie la veré después.
Como en la prueba que hicimos, las alforjas encajan perfectamente entre los reposapiés y la parrilla. Sujetas con bridas de plástico, parece que no se vayan a salir de su sitio jamás. En el taller, que esta vez es un taller, son algo más exhaustivos, pero tampoco mucho más aunque, al menos, el aceite es de marca y el filtro original. La espera es aburrida. Eso sí.
Podría ir con los ojos cerrados a la embajada de Angola. No sé si es la cuarta o la quinta vez que voy y los de seguridad ya son colegas. Desde la mesa de la oficina que da a la ventanilla, el funcionario me ve entrar y, sin dejar de hablar por teléfono, me entrega el pasaporte y se vuelve sin más que una sonrisa. Ni fuegos artificiales ni nada. ¡Ahí está el visado! Tengo hasta mediados de mayo para entrar en el país y usar los 30 días que me han concedido.
Lo primero que pienso cuando me dan el visado es que con ese margen de entrada puedo bajar primero a Namibia y entrar desde allí a Angola. Lo que me hace cambiar de opinión es que, como no he conseguido visado para la República Democrática del Congo, en Lunada voy a tener que encontrar la manera de avanzar por mar y, ante la más que probable posibilidad de no poder continuar hacia el norte, siempre puedo hacerlo por carretera hacia el sur, a Namibia sin repetir el camino. Pese a que casi todas las recomendaciones que he venido recibiendo sobre Angola me desaconsejan pasar por allí y me dan una visión muy negativa de la gente y la policía, me decido a probar el paso más al norte. Pero, para eso, aún faltan días: primero tengo que visitar a Stefie.
Stefie es una señora madura, alemana expatriada por el trabajo de su marido. Aunque ella es arquitecto de profesión se ha reconvertido en panadera aquí en Lusaka. Una historia conocida: siempre hizo pan en casa, empezó a hacer para sus vecinos y, por la buena acogida, se lanzó a montar un pequeño obrador en su casa. Un chalet con piscina, guarda y una casita de invitados reconvertida en panadería. De esto hace ya tres años y ahora hornea cuatro días a la semana con la ayuda de tres chicas más y tiene ya establecido un negocio que le encanta. Me invita a tarta de ciruelas y un café riquísimos, el primero en mucho tiempo que no es soluble. Y así, pasamos el rato que tiene libre entre hornadas y salir a repartir. Todas las historias con suministros, equipamiento y proveedores me son familiares de Zanzíbar. La venta es parecida, aunque ella, más que a turistas, vende a expatriados en la capital. Como no tiene competencia y le encanta lo que hace, el negocio le va bastante bien.
Ya está todo hecho aquí: un día más de descanso y vuelvo a cargar la moto. Es extraño, porque han pasado veinte días desde que entré en Zambia que se han ido muy rápido. Y, aunque he hecho bastantes kilómetros y he conseguido un visado que parecía muy complicado, la intensidad de las sensaciones ha bajado mucho, especialmente en el tiempo pasado en Lusaka. Como sea, entre unas cosas y otras ya he gastado gran parte de los 30 días que puedo estar en este país y quiero tener algunos de margen para llegar a la frontera. Por lo que pueda pasar.
Un puntazo las alforjas.
Ah! Y bendito lunes. (Por el post)
Animo!!
Gracias por los ánimos y por leer!
Buenos alimentos, buenos artesanos, buenos e impecables mecánicos, buenas vistas.... Buen viaje!
Y buenos lectores!
Esperando tu escrito como cada lunes. Impecable moto, pan y alforjas preciosas, maravillosa foto. Ya me son familiares algunos de los que de una forma u otra estan compartiendo tu viaje. Me encanta!!!! Un beso grande y prolongado
<3
La sensación de que en la supuesta evolución o progreso que estos sitios representan nos hemos saltado varios pasos intermedios y que, aún llegando con años de retraso respecto a otros lugares del planeta, eso no signifique una corrección de los aspectos más nocivos que llevan aparejados. Pero vamos, que ahí estaba yo comiendo pollo frito y comprando conservas italianas (rechazando bolsas de plástico, eso sí).
Hombre no te vas a quedar mirando!!!
Gallina come pollo
Siempre haces interesantes reflexiones de cada experiencia. Aquí, como todos, esperando los lunes para leerte,.Me surge la reflexión de que vivir en "terreno conocido" hace que nuestros días pasen a veces sin apenas sentirlos, la seguridad de lo previsible adormece la capacidad de vivir cada día estrenándolo sobre nuestra Pili , con alforjas nuevecitas y los ojos bien abiertos... ¡Me he puesto filosófica hijo! Gracias y besos,
Pues sí, adormece y atrapa. Gracias a ti, por supuesto. Besos!
Bueno, ya tenemos medio listo el asunto de cortar la Castellana el día que llegues con la Pili.
La historia de Stefie, no por conocida es menos apetecible.
Un abrazo Ioaquín
J.