01. El día de la marmota
Pedro Edgar replica el tumpa-tumpa del reguetón que suena en la radio golpeando con su anillo en la palanca de cambios del coche que me lleva del centro de Madrid al aeropuerto.
Algo más de 24 horas después y un océano de por medio, Juan Antonio martillea el ritmo de la cumbia villera que suena en la radio percutiendo con su anillo en la palanca de cambios del auto que me lleva del aeropuerto al barrio Republicano de Asunción, concretamente a 5 cuadras del Supermercado Luisito.
Cuando mi anfitrión me dio esa referencia no me podía imaginar lo útil que era. Más que la calle y el número, a Juan Antonio le interesaba saber a qué barrio debía dirigirse, dato que en ese momento desconocía, pero al nombrar a Luisito, lo tuvo claro de inmediato.
Es viernes por la mañana, las kilométricas avenidas por las que conduce el taxista van hasta arriba de vehículos que avanzan a trompicones, esquivándose unos a otros, empleando el claxon a conciencia como principal elemento de seguridad activa.
Entre bocinazos, puedo ver por la ventanilla los primeros puestos ambulantes de comida y bebida, y a los vendedores de semáforo que ofrecen frutas, billetes de lotería o accesorios para el coche.
Una vez cerca de la casa, echamos mano de la aplicación GPS de mi móvil para encontrar la dirección. La realidad no se corresponde exactamente con el mapa que veo en la pantalla y la calle en la que se encuentra la vivienda desaparece repentinamente cortada por un hilera de casas. Gracias a la foto de la fachada que me enviaron, podemos comprobar que mi nuevo hogar más que estar en la calle Enfermera Marieta Carnivale, está sobre ella.
Como no hay timbre ni nada que se le parezca, el vecino de enfrente me sugiere que dé unas buenas palmadas como aviso para la persona que tiene que recibirme. El taxista, partidario de usar métodos más contemporáneos, me pide su número de teléfono para avisarle desde su móvil.
Don Marcial, mi anfitrión, ha saltado de la cama al reclamo de la llamada telefónica. Todavía medio dormido, me enseña mis dominios obviando informaciones relevantes (como que para activar el sistema de agua caliente de la ducha hay que presionar un interruptor junto a la puerta) y deteniéndose más de lo deseable en explicar el funcionamiento del mando a distancia del televisor.
Confiesa que ayer se le hizo un poco tarde y que, con mi permiso, se vuelve a la cama, después de invitarme a que no use su nombre de pila, sino que le llame Chiqui. Ahora entiendo la expresión de la cara del vecino de enfrente cuando le pregunté por don Marcial.
Una vez tomadas mis posesiones y una ducha fría, me dispongo a hacer un reconocimiento de los alrededores. Como es viernes, quiero aprovechar para hacer un par de gestiones, como conseguir una tarjeta SIM y visitar alguna tienda de motos. Tal vez es un poco apresurado, pero estar ocupado vendrá bien para aplacar el sueño. Retrasar la hora de dormir dicen que ayuda a adaptarse antes al desfase horario.
La primera caminata por la avenida Félix Bogado me da una idea de las dimensiones de estas interminables arterias y me trae a la memoria recuerdos de los días africanos. Encuentro similitudes entre los olores, a comida frita y a los humos de las parrillas donde están asando carnes y de los motores quemando combustible. A veces llegan perfumes dulces de alguna planta o alguna persona bien aseada.
A los costados de la avenida principal, se extienden los barrios residenciales. Son entramados de calles perpendiculares, las más importantes, asfaltadas, las secundarias pavimentadas con piedras oscuras de formas irregulares y angulosas.
En mi barrio, todas las parcelas tienen unas dimensiones parecidas, casi todas las viviendas son de una planta y en muchas de ellas hay habilitado un pequeño negocio: una vitrina con empanadas, un despacho de comestibles, una peluquería o un pequeño taller, por ejemplo.
Me sorprende la cantidad de farmacias que hay. Son, con diferencia, los locales comerciales más sofisticados y mejor equipados de cuantos encuentro y además, por ser viernes, tienen ofertas especiales. Al principio no entiendo muy bien el concepto de medicamentos en oferta, pero luego veo que también despachan otros productos de higiene, perfumería, belleza y droguería.
En los primeros intentos de conseguir una tarjeta SIM, no obtengo otra cosa que un par de impresiones: el trato es extremadamente amable y me cuesta entender por completo lo que me dicen. Pero saco en claro que donde tengo que ir a buscarla es a una tienda especializada. En los pequeños comercios que visito se pueden realizar recargas de saldo y otras operaciones, pero no disponen de tarjetas.
Así que desando el camino hasta Luisito, la respuesta para todo y, por el camino, ingiero la primera comida de los últimos dos días que no viene de manos de una azafata. Me zampo dos empanadas y un refresco en un pequeño puesto junto a una nave abandonada. La chica que me atiende comparte esquina con una anciana que despliega en su tenderete un amplio muestrario de hierbas, raíces y hojas con los que elabora remedios tradicionales. Casi en cada manzana se alternan farmacentros y tenderetes.
Efectivamente en Luisito encuentro lo que busco. No sin que medie una vergonzosa confusión cuando, por no entender las indicaciones que me han dado, acabo preguntando por la tarjeta telefónica en una joyería. Las perplejas dependientas, haciéndose cargo de mi evidente retraso, me indican con toda amabilidad cómo, dando media vuelta y avanzando un paso, puedo encontrar el mostrador de la empresa de telecomunicaciones que necesito.
Aprovecho que estoy en un templo del consumo y me hago con unas provisiones. Casi ha llegado la tarde y, ahora sí, consciente de lo que significa recorrer una de estas avenidas a pie, renuncio a visitar las tiendas de motos y me voy a la guarida.
Durante los preparativos para este viaje no he conseguido tener una información verdaderamente fiable acerca de la posibilidad de legalizar una moto siendo turista extranjero. Suponiendo que pueda llegar a hacerlo, tampoco sé en cuánto tiempo tendré todo listo para salir a la ruta. De ahí que tenga cierta prisa por ponerme a ello cuanto antes. Y por las ganas de salir a rodar, huelga decir, que para eso hemos venido.
Tengo elaborada una comparativa de las motos candidatas, con las características técnicas que me interesan, los precios y la ubicación de los vendedores. Sobre el mapa, calculaba poder visitar todas las tiendas en un mismo día. El papel, o la pantalla en este caso, lo aguanta todo. Tal vez tirando de taxi se pueda, pero caminando bajo un sol de justicia, no lo creo. Cada uno está en una punta de la ciudad.
De los modelos seleccionados he podido ver unos cuantos ya en la calle. A partir de las valoraciones visuales que hago de cada una, determino que la primera para la que voy a pedir información es la Bajaj Boxer. Aunque no he visto ninguna por la calle, la conozco bien y a simple vista me convence más que el resto.
Dicho y hecho. Con lo cansado que estaba y como se hace de noche tan pronto, debí quedarme dormido sobre las 6 de la tarde, así que me presento bien temprano en la tienda. Todavía no han abierto.
En la exposición lucen flamantes los últimos modelos de KTM, también hay quads y otros aparatos de 4 ruedas. Pero solo tienen un par de Boxer polvorientas en un almacén que ni siquiera son del modelo que busco, el mismo que compré en Tanzania. Las unidades de esa versión tienen que sacarlas de una caja y montarlas, en caso de que me lleve una.
El vendedor se llama Diego, igual que mi sobrino, y solo por eso ya me cae bien. Me informa de los documentos que me facilitaría y los trámites que tendría que hacer. Aunque no está seguro del todo de que pueda lograr registrarla a mi nombre. Lo que me resulta extraño, porque de la tienda saldría ya matriculada y, por lo que he leído la placa se obtiene en el momento del registro.
Como es sábado no podemos avanzar mucho más, quedamos en ir hablando a lo largo de la semana que viene conforme hagamos averiguaciones sobre la cuestión legal. Para todo lo que queda del día y el domingo no tengo otra cosa que hacer que esperar que se confirme la activación de la tarjeta SIM, recargarla con saldo y patearme la ciudad.
Avenidas aparte, la ciudad me parece tranquila. Curiosamente, el microcentro (o sea, el casco histórico) está bastante vacío y muchos establecimientos, cerrados. En mi barrio, la gente se concentra alrededor de las bodegas, los puestos de comida y en reuniones a las puertas de las casas. Según va llegando la noche, se empieza a oír música por los alrededores. En el sitio más cercano (o el que más alto tiene el volumen) intercalan El Binomio de Oro cada dos o tres temas. Lejos de desagradarme, me pone de muy buen humor.
Una visita dominical al Cerro Lambaré (el punto más alto de la zona) me muestra una buena panorámica de 360° sobre la ciudad, tan extensa como repleta de vegetación. Hacia el otro lado, el río Paraguay y, al fondo, las puertas del Chaco.
Todo aquel al que he preguntado sobre la posibilidad de comprar la moto y hacer todas las formalidades en mi situación, de entrada ha torcido el morro, como dando a entender que se trata de algo complicado. A continuación todos dicen: «En este país todo es posible». Algunos añadiendo primero un «por suerte o por desgracia».
Lo que significa esa afirmación es que no hay nada, por difícil que pueda parecer, que no se solucione con argucias, coimas, o vete a saber qué otras cosas. Pasmosamente, el lunes a primera hora, alguien al otro lado del WhatsApp me está contestando desde la Dirección de Registros del Automotor. Responde a mi consulta de forma rápida, clara y detalladamente.
Su respuesta es positiva. Puedo registrar la moto a mi nombre presentando el pasaporte como única identificación. La solicitud se hace automáticamente al realizar el pago de unas tasas, desde ese momento el proceso dura alrededor de 7 días.
Es curioso porque, a través de un número de teléfono difícil de encontrar en su web, me dan una información sobre un proceso del que nadie parece saber nada. Ni siquiera ellos mismos en la documentación informativa más accesible lo aclaran. Tampoco otras entidades oficiales a las que he preguntado, que incluso han negado taxativamente la posibilidad de la tramitación. Ni en la tienda, nada, primera noticia.
Este trámite era, en principio, el más complicado. En el pasado, según experiencias de otros viajeros, requería varias visitas a las oficinas del Registro, presentar muchas fotocopias, acudir al banco, a un centro de verificación vehicular… en fin, varias gestiones y semanas de espera. Ahora es extremadamente sencillo y relativamente rápido.
Emocionado, hablo con Diego para confirmar que me facilitarán todos los documentos listados en el mensaje de WhatsApp e, ignorando cualquier otra opción, me voy corriendo a comprar mi Boxer. Otra vez.
Aún tardará unos días en estar lista. Tienen que ensamblarla, preparar la documentación y recibir la placa de matrícula. Pero, a lo Pepe Begines, ahora mismo voy a comprarme un casco.
Puede parecer una tarea sencilla lo de comprar un casco, pero resulta que en Asunción es más fácil tratar con la burocracia que encontrar uno de mi talla. Desconozco si la escasez de cascos de mi medida se debe a que es la talla más frecuente, o si por el contrario ser un cabezón en Paraguay es una rareza. A pesar de que hay muchas tiendas de accesorios y equipamiento, se encuentran esparcidas por la ciudad. Como todavía soy un peatón, visitar varias en un día me lleva bastantes horas.
El acto de caminar por la ciudad es muy diferente si su finalidad es la de hacer recados o si se trata de deambular sin destino fijo. Así que me dedico a esta segunda forma, mucho más placentera y dejo las compras para más adelante.
Durante los primeros días en Asunción el sol apretaba a base de bien. Pero esta semana la temperatura ha bajado bastante y llueve en algunos momentos del día. A menudo, al volver a casa, me encuentro con Chiqui en el patio que compartimos. Nos fumamos unos cigarrillos y charlamos durante un rato.
Hoy traje dos botellas de cerveza de 960 ml. Charlando, apoyados en el Toyota años 70 que se oxida en el patio, han caído las dos. Es una bendición poder comunicarse razonablemente bien. Pero este rato fuera, y haberme desplomado como un tronco, en calzoncillos sobre las sábanas, me cuesta un resfriado.
Por fin Diego me avisa de que puedo pasar a recoger la moto. Ha llegado el día y yo, sin casco. No es demasiado problema, mucha gente no lo usa y no parece que pase nada. Tampoco es imprescindible tener todos los documentos o la matrícula para circular, siempre que puedas acreditar que estás en ello.
Pero al final encuentro uno antes de recoger la nueva máquina. Es más sofisticado (y caro) de lo que me gustaría, pero cumple con lo que busco. Me lo encajo, pongo en marcha la Bajaj y sin más demora me dirijo a iniciar los trámites. ¡En moto!
Lo primero es pagar la Cédula Verde para que se inicie el proceso de registro. Lo hago en pocos minutos en una solitaria tienda de fotocopias a través del servicio Pago Express. A continuación me dirijo a la Municipalidad de Lambaré a cumplir con mis deberes de ciudadano ejemplar.
Aquí debo obtener la Habilitación de Rodado. Otra tarjeta que certifica que la moto está en condiciones de circular y al día en el pago de impuestos. Como anunciando lo que me voy a encontrar, en la entrada principal, un bafle propaga a 10 km a la redonda la canción Tradegy de los Bee Gees. Para empezar, la puerta está cerrada a cal y canto.
Pero un pequeño cartelito señala el acceso al edificio por una entrada lateral. En la sala por la que se accede hay varios puestos con su funcionario detrás. Una vez más, la suerte de hablar el mismo idioma facilita enormemente seguir las indicaciones de los empleados, cada uno de los cuales me va señalando el paso siguiente.
Se trata de una operación sencilla, aunque requiere presentar el mismo papel en varias ventanillas una y otra vez. La que más visito es un cubículo cerrado. Lo comparten una chica y un chico bastante jóvenes, sentados en sillas de plástico, con el termo y la bombilla para el tereré de rigor y un plato de comida a medio acabar.
La chica rellena documentos, estampa sellos y comprueba los que han estampado en las otras ventanillas. El chico me acompaña a ver la moto. Él se encarga de la Inspección Técnica. Esta serie de cubículos, al que se han referido como el tinglado, está en un lateral de una especie de patio, donde también se acumulan señales de tráfico, conos, vallas y varias filas de sillas donde sentarse a esperar.
Creo que debería haber traído la moto hasta aquí para la inspección. Como en lugar de eso la he dejado aparcada fuera, el chaval, fastidiado por haberse tenido que levantar de la silla de jardín para nada, opta por entregar los papeles directamente en la siguiente ventanilla. Queda inspeccionado este vehículo.
Dos o tres ventanillas más, vuelta a la caja donde realizo el último pago y, a cambio, la simpática cajera me entrega mi flamante documento. ¿Dónde está la tragedia?
Aunque contar con un seguro para la moto no es obligatorio en el país, si lo es para cruzar fronteras. De entre las compañías en las que he consultado, solo una acepta mi condición de turista y, también por WhatsApp, puedo formalizar rápidamente la contratación.
Resulta un poco más costoso de lo que suele ser habitual pero, teniendo en cuenta que no soy ciudadano paraguayo, que tiene vigencia durante un año y que es válido en varios de los países que quiero recorrer, bien vale lo que cuesta.
Por hoy, hemos cumplido. Me gustaría hacer el rodaje por aquí para salir de viaje con la moto a punto aprovechando que tengo que esperar algunos días más en la ciudad. Así que, para sumar kilómetros, me voy a dar una vuelta buscando las afueras, siguiendo el curso del río. Un paseo y unas empanadas en algún lugar al aire libre, fuera de la ciudad, me parece la mejor manera de celebrar el acontecimiento.
En un puesto a pie de carretera, paro a comprar empanadas. La señora me sugiere que también puedo comer allí si lo deseo. Así que me autohomenajeo con un plato de «arroz con pollito» acompañado por 960 ml de cerveza, que es lo que parece que significa «una cerveza».
Con la panza llena continúo mi paseo. De pronto, una familia en moto a la que acabo de adelantar, me da caza. Me hacen gestos exagerados que no entiendo sin detenerse. Me paro. Compruebo que todos los bolsillos de la mochila están cerrados. Que funcionan las luces. Que la moto no pierde ningún líquido ni está en llamas.
¿Qué querrían decir? ¿Sería una advertencia? ¿Una amenza? ¿Un saludo?
Definitivamente, después de 5 años sin conducir una Boxer, mi culo ha perdido sensibilidad. O será que el empedrado no ayudaba a notar lo que sucedía. Lo que trataba de decirme la familia es que la presión de la rueda trasera iba bastante baja.
¡No puede ser! El día que estreno la moto, con 50 km en el marcador y ya he pinchado. Ahora sí, ya ha empezado el viaje al más puro estilo Motor—Bread.
A pocos metros hay una gomería. Desde lejos, Sergio me hace señas de que pase por las instalaciones. De inmediato se pone a la tarea y en pocos minutos lo repara y detecta al causante de esta broma pesada. Alguien, algún día, dejó olvidada en el interior de la cubierta una chapita filosa con un código numérico y una perforación de borde punzante.
¿Habrá algún mensaje oculto en ese código? ¿Seré un cenizo? ¿Significará este pinchazo tempranero que ya estamos en paz con este tema? ¿O será el principio de un nuevo capítulo de mi particular pesadilla con los pinchazos?
Por supuesto, ya he comprado las cámaras más gruesas que he encontrado (frente al supermercado Luisito) y desmontables a juego. Y que diosito nos acompañe.
Jajajajaja.. Cenizooooo
Brum bruuuuum!!!!
Pero cenizo, cenizo 🤣
Con el binomio de oro sonando y unas empanadas, el pinchazo es solo un guiño ;). Diosito te acompaña seguro
Qué agradable sujeto
Buena y entretenida narrativa,
Buen camino.
Gracias por leer y por comentar, Jacobo.
Un abrazo!
Diosito hecho de barro. Qué perversión.
En realidad era una talla, pero claro "Museo del Barro, tallas en madera, retablos, penachos de plumas, obra pictórica diversa, ropajes y utensilios" quedaba un poco largo
Empanada, cervecita, gente amable y bautismo de pinchazo... Esto promete. Un gusto leerte.
❤️
Lo de los pinchazos es inevitable jajaja, disfruta mucho y gracias por contar las cosas tan bien, se te acompaña en el viaje. besos.
Inevitables, si. Pero por mí con este ya vale 😉