05. Bora Bakery 2. Panaderos a la carrera
En Bora Bakery, además de los problemas diarios del trabajo en la panadería, hay un gran problema añadido en cuanto a la burocracia y la legalidad. La panadería consta legalmente como parte del hotel y Michiel, como trabajador. Es la única vía posible para poder arrancar el negocio, ya que el Gobierno es muy proteccionista y no resulta fácil para el extranjero desarrollarse laboralmente, ni como empresario ni como trabajador.
A mí, como turista, me está totalmente prohibido trabajar, con o sin remuneración, y así lo indica incluso el sello del visado en mi pasaporte. Por eso, tengo en la panadería una bolsa con ropa limpia. Las visitas de los funcionarios de inmigración se hacen por sorpresa y son frecuentes. Ya para Michiel, tener que dar explicaciones puede traerle algún problema o costarle algún dinero así que, cuando vemos que un moderno y limpio todoterreno se acerca por el camino, agarro mi bolsa y cruzo el bosque de los monos.
En la parte trasera de uno de los edificios del hotel me cambio de ropa, guardo la vieja y camino disimuladamente hacia alguna hamaca o al sendero que lleva a la playa mientras espero a que me avisen de que puedo volver. A veces, resulta divertido, pero la sensación de fondo no es buena. No me quiero ni imaginar lo que se debe sentir cuando situaciones de este tipo sean verdaderamente serias y de ellas dependa prácticamente tu supervivencia o tu libertad.
En los últimos días, las visitas de funcionarios han sido más frecuentes. En la panadería estábamos más relajados con este tema últimamente por decisión personal (lo más grave que puede pasar es que nos cueste unos cuantos dólares), porque hemos colocado una pequeña valla que nos hace casi invisibles y porque nunca han mostrado interés por nosotros en las visitas anteriores. Pero, en una de ellas, sucedió que mientras el funcionario hablaba con el gerente, el primero fue atacado por uno de los perros del hotel.
Es cierto que Chiwi, un perro viejísimo que apenas ve y tose como un tuberculoso, tiene fama de agresivo. No en vano, son legendarios sus ataques a personas de color negro, hasta el punto de que algunos proveedores del hotel jamás entran a dejar los pedidos y se quedan pitando en el camino hasta que alguien sale a su encuentro. Yo mismo, estando en el jardín de casa, he acompañado a algunos de ellos hasta el hotel cuando me lo han pedido. Por suerte, nunca he tenido que hacer otra cosa que escoltarles.
El caso es que el perro se abalanzó sobre él, aunque sin consecuencias. Debido a esto, el funcionario volvió acompañado de la policía quienes, fusil cargado mediante, llevaron al gerente al calabozo más cercano, donde tuvo que pasar la noche.
Al día siguiente, a eso de las 12, cuando ya tenía los últimos panes en el horno, vi cómo se acercaban varios todoterreno relucientes. Venían rápido, lo suficiente como para pensar que conductor y dueño no son la misma persona. De modo que apagué la música y me encerré a oscuras en la panadería. Estaba solo y no iba a dejar que se quemara el pan. El calor, con el horno encendido y las puertas cerradas, me hacía sudar a chorros. En silencio, traté de imaginar lo que pasaba fuera. Como no se oía nada raro, en cuanto el pan estuvo listo, salí lo más discretamente que pude camino a casa.
Una vez allí, subí a la terraza, desde donde pude ver cómo se acercaba por el camino otra camioneta con la caja abierta y no menos de seis personas armadas vestidas de verde. ¿Cómo es posible? ¿Todo esto por el perro? O me faltan datos o algún chalado está tratando de demostrar el poder que tiene. ¿Es posible que haya algo más que el asunto del perro? Desde luego, a mí me lo parece, la desproporción es demasiado grande como para justificarla con diferencias culturales o de códigos.
Las noticias ahora son que están tratando de cerrar el hotel mientras el gerente sigue en el calabozo. Esa noche los clientes pueden dormir allí, pero al día siguiente son desalojados y todos los edificios precintados. No hay nada claro, los dueños vienen y van, Michiel espera noticias en su teléfono, es lo único que puede hacer. Esperar. A finales del día, nos dicen que mañana pueden volver a abrir y, por tanto, nosotros a hacer pan. El gerente ha salido del calabozo pero se han quedado con su pasaporte.

Por si acaso, el día siguiente madrugo mucho para empezar y acabar cuanto antes, no parece que esto vaya a acabar así. No entiendo nada, pero espero que se solucione cuanto antes, por Michiel.
Por mi parte, esto ha hecho que adelante el viaje a Dar es Salaam en busca de la moto. Iré el próximo lunes 9 de enero. No tengo necesidad de exponerme a no se sabe qué, la temporada empieza a bajar y con ella los pedidos.
Hace ya un mes que volví a hacer pan con Michiel. Lo pasamos bien y, entre los dos, el trabajo es llevadero, incluso en los días de más demanda (el récord está en 110 panes y 40 cruasanes).
Hemos conseguido mejorar los procesos y las fórmulas para hacer mejor pan y un sistema más cómodo para una persona sola. Hemos hecho panes especiales y algunas fórmulas de aprovechamiento para los excedentes de masa madre y los recortes de cruasanes. Hemos hecho pan con niños, la explanada de delante de la panadería ya no tiene cascotes y hay una barra-palo nueva para colgar los trapos. En equipo se trabaja mejor. 1+1=3. Está claro que toca avanzar con el viaje.
