Sudamérica—1.05.2023

20. Los Tres Días de Fiambalá

Termas de Río Hondo, un destino posible al que hasta ahora no había prestado atención. En pocos días se celebra el Gran Premio de Argentina de motociclismo y en el camping de Fiambalá ha aparecido Leandro, que va hacia allá en su Honda 250 cc.

Ya lo estuvimos mirando Arian y yo hace unos días. El precio de la entrada es exagerado pero ¿cuándo tendré la oportunidad de ver un Gran Premio en Argentina? Podría ir incluso sin entrar a ver la carrera, solo por estar en el ambiente.

En cuanto ha montado su tienda, Leandro ha venido a sentarse al quincho con un par de cervezas. Como debe ser. Ahí estamos unos cuantos campistas, incluidos los ciclistas de Villa Unión, Julian y Maru y José. Toni Pedales, otro ciclista, también está sentado queso y navaja en mano.

Hurgar en la herida

Julian y Toni están tramando hacer juntos una ruta de las que le gustan al austriaco. Ha llegado unos días antes que yo después de pedalear (y empujar) por las montañas. Está esperando a que reparen su bicicleta para continuar hacia el norte. Uno de los rodamientos de la rueda trasera no ha aguantado el castigo del camino.

Toni ha venido desde el paso de San Francisco. En cuanto ha escuchado las intenciones de Julian se ha querido unir. Hacer esa travesía junto a Julian sería una ocasión única para añadir una muesca más en su cinturón de la vuelta al mundo.

Maru y José, por su parte, quieren subir al paso y regresar a Fiambalá para continuar la ruta hacia La Quiaca. Por la mía, todavía no tengo claro hacia dónde ir.

Ahora que ha llegado Leandro, se presenta la posibilidad de ir a ver las carreras con él. Hacer el trayecto hasta Termas juntos y pasar un fin de semana de carreras es un plan que merece modificar la ruta.

La idea básica sigue siendo cruzar hacia Chile otra vez, aunque todavía estoy valorando por dónde hacerlo. El dilema es parecido al mismo que tuve para llegar hasta aquí.

Puedo elegir entre hacerlo por el paso de San Francisco, una ruta de asfalto hasta Copiapó o puedo tomar el camino de los seismiles y pasar a Chile por Socompa o Sico. Esto en teoría, porque hay información contradictoria sobre el estado en el que se encuentran estos últimos pasos. No está claro si están abiertos para turistas. Ni siquiera si están abierto en general.

En cualquier caso, si es que no voy a ver las carreras, necesito esperar unos días obligatoriamente. El camino fácil hasta Copiapó solo está permitido 2 días a la semana, mientras que el primer tramo de la opción difícil está bloqueado por la últimas lluvias, inesperadas en esta época, que hacen difícil (o imposible) el acceso por un cañón.

Tengo tiempo para pensar qué ruta elijo hasta que llegue el día en el que abren la frontera o que se pueda pasar por el cañón. Todos los ríos de los alrededores están crecidos. Esto hace que, durante la espera, las excursiones por los alrededores se conviertan en una versión reducida de los Seis Días Internacionales de Enduro.

Casualmente, la edición oficial de este año (la de verdad) se celebra en Argentina y se está convirtiendo en tradición durante esta parte del viaje, hacer la versión de chichinabo de las principales competiciones de motos del país, esta vez fuera del asfalto.

A veces me gustaría que la moto se hiciera mayor, que creciese de una vez. Pero normalmente, la acepto tal y como es. Al fin y al cabo no sería justo exigirle a la máquina sin predicar con el ejemplo.

Ya van varias veces que la moto no tenía más para dar, aunque lo cierto es que han sido pocas y de momento sigue ofreciendo más alegrías que otra cosa, incluso en situaciones de cierta exigencia como la imprevista primera etapa de los Tres Días de Fiambalá: una prueba en pareja que incluye cruces de ríos, barrizales y un tramo de dunas.

Con Julian, transformado en peatón vestido de ciclista, salimos a dar un paseo hacia Tatón. Al pasar por Saujil, ya nos damos cuenta de que las lluvias han hecho algunos destrozos.

Grupos de operarios y vecinos tratan de recomponer partes de la calle principal y achicar agua y barro de las casas más bajas. En Medanitos, hay grupos de personas a ambos lados del río Fiambalá.

Algunos tienen que cruzar al otro lado y están descalzándose, amarrando la mercancía o cargando niños a su espalda. Otros simplemente están contemplando el acontecimiento.

Una pareja se apresura a decir que en nuestra moto no va a ser posible llegar al otro lado, pero Julian, haciendo de avanzadilla, asegura que el fondo es liso y firme y el agua no le llega ni a las rodillas.

No tengo dudas de que puede hacerlo, solo me tira para atrás la idea de que el agua marrón, que casi parece barbotina, se cuele entre los rodamientos, juntas, y cadena. Me parece un castigo innecesario. A veces se me olvida que cualquier paseo puede ser una prueba puntuable y todo camino que cruce un río una tentación irresistible.

Según una espectadora, debo cruzar cuanto antes. El agua baja como por entregas, sobre la superficie se deslizan, unas sobre otras, lenguas más rápidas. La espumilla parece indicar que está creciendo.

Al otro lado, Julian vuelve a subir sorprendido de la capacidad de la moto para cruzar el río. En esta margen, hay muchas calles anegadas y grandes barrizales. La prueba se va animando, más que un obstáculo, cada resto de la tormenta es un estímulo.

Durante el tramo rápido que lleva a Tatón, varios torrentes cruzan la pista. Estos ya los atravesamos sin parar, los dos sobre la moto. Mi función es conducir, el copiloto se encarga de la navegación, concentrado en la búsqueda de un lugar donde sentarnos a comer.

La organización provee de pan, tomates y arrollado de cerdo, especialidad del carnicero de la plaza. Se dice que en su preparación interviene la misma cantidad de carne que de ajo.

No somos los únicos llenando la panza en el vallecito. No muy lejos de nosotros, a media ladera, 10 o 12 cóndores picotean por turnos un bulto. Al dejar paso a los demás, los que ya han hurgado en el cadáver se lanzan desde allí planeando sobre nuestras cabezas.

Campo de juegos

Antes de hoy solo había conducido en dunas una vez. En pleno agosto marroquí, me las ví negras para seguir a mi amigo Gonzalo, mantener la moto en movimiento y el contenido de mi estómago dentro del cuerpo.

Esta vez llevo un casco abierto, lo que habría facilitado la expulsión del vómito llegado el caso. Afortunadamente, la digestión sigue su curso en la zona de dunas de la etapa, entre el río y la pista que lleva a Tatón.

La arena está firme. Las evoluciones de la moto sobre ella dejan un rastro oscuro de humedad. Desde lo alto de la cresta más alta, las marcas de los derrapes dibuja un recorrido absurdo, testimonio de la enajenación.

¡La última! Le digo a Julian por enésima vez antes de volver a dejarme caer duna abajo mientras espera como un padre paciente. No es tan fácil renunciar a una montaña rusa para la que se tienen viajes infinitos.

De la arena volvemos al barro y llegamos de nuevo al río adelantando a algún que otro participante. Desde que cruzamos, el caudal ha aumentado y en los bordes del camino se han formado escalones bastante grandes. También hay más público.

Algunas de las personas en la orilla no están pasando el rato, están esperando a que mejoren las condiciones para pasar al otro lado, no hay más paso que ese, dicen. Hay que estudiar la situación.

Por la entrada no hay problema. Hacia la mitad se puede llegar a un alto por el que apenas corre agua. Pero en la salida está el punto más profundo, por donde el agua corre con más fuerza y el escalón con el borde más alto.

Tratamos de rebajarlo con palos y piedras para formar una rampa. En las idas y venidas hacia la moto, que espera en el centro del río, hay que aguantar el empuje de la corriente. Tenemos que darnos prisa, si crece un poco más será imposible cruzar.

El público permanece atento. Hacen sus apuestas divertidos sin que parezca que tienen intención de colaborar. Vaciamos nuestros bolsillos en la orilla y vamos al agua.

Julian espera junto al escalón dentro del agua. Tengo que tratar al menos de subir la rueda delantera para que él pueda empujar desde atrás. Las 17” pulgadas de las ruedas quedan casi sumergidas por un momento.

La moto, convertida ahora en un vehículo anfibio, se encabrita hacia la brecha abierta en el escalón y aplasta su panza en él, con los cuartos traseros en el agua. Ahora sí, desde arriba los espectadores colaboran estirando desde la rueda delantera, el manillar y la horquilla.

Última zona superada con scratch. Ya solo queda un pequeño tramo de enlace y estaremos en el vivac. Esta noche toca pizza a la parrilla.

Al inicio del segundo día, varios participantes coincidimos en la zona de entrada al cañón de La Troya. Entre los quads y las motos de enduro, parecemos un par de aficionados. O mejor, un paisano en moto.

Eso es lo que ha pensado el grupo de porteños al verme aparecer. Así me lo ha hecho saber su portavoz con el mayor piropo involuntario que jamás salió de su boca.

El hombre, pensando en que me trataba de un lugareño, busca que le confirme si estamos en el acceso al cañón correcto y/o si hay algún paso alternativo. Basta abrir la boca para delatarme galaicamente.

Sin embargo, mi road book puede responder por mí a esas preguntas de manera afirmativa y negativa respectivamente. Ellos ya han intentado llegar hasta el cañón remontando el río, pero se han tenido que dar la vuelta por la cantidad de agua.

Quería investigar un poco este camino que acaba enlazando con el río que pasa por Villa Unión. Ese que bajé en Año Nuevo. Pero realmente está imposible de cruzar para mí.

La organización, al verse forzada a cancelar la etapa por las condiciones de la pista, improvisa una alternativa: reutilizar el trazado de una prueba de bicicleta de montaña.

Desde el cercano Salar Chico, arranca un sendero señalizado que corre paralelo al cordón de montañas. El paso de las bicicletas ha abierto un estrecho carril entre las piedras.

Las huellas y los restos de cinta que quedan colgando de algunos arbustos llevan a un riachuelo salado que baja, casi seco, de la montaña. Poco a poco, se va encañonando hasta la claustrofobia. Tras un recodo, se abre un espacio casi circular, como si fuera el interior de una torre. El camino continúa por un hueco en la roca, demasiado alto y demasiado estrecho para meter la moto por él.

Siguiendo la timorata estrategia de asomar la patita, llega el tercer —y último– día de competición. En un desesperado intento por fardar, el departamento de márquetin de la organización ha calificado la prueba como Etapa de Exploración.

Aunque sigue siendo puntuable para el campeonato, la etapa tiene una finalidad colaborativa. Se trata de comprobar el estado del camino que va hacia Las Papas, por el que Julian, Toni Pedales enfilarán pedaleo hacia la ruta norte de los seismiles.

Está prácticamente confirmado que en este momento Las Papas se encuentra aislado, de modo que ganará la etapa el que más lejos llegue, sin necesidad de completar un recorrido determinado.

Durante la noche la lluvia ha caído insistente. La mañana del domingo amanece fría y nublada. Durante el enlace, siguiendo la carretera hacia Palo Blanco, también llueve en algunas partes.

En Saujil hoy nadie arregla los destrozos del agua. Las palas, desocupadas, bien podrían servir para transportar los despojos de la noche del sábado a sus camas. Sobre las aceras, algunos cuerpos, en posiciones inverosímiles, se debaten entre el coma etílico y la hipotermia como último estado antes de pasar inevitablemente al siguiente: pasto de los cóndores.

La dureza de la prueba hace estragos incluso antes de llegar a la salida. La tensión y los nervios previos a la descarga de adrenalina; el frío y la ropa mojada sobre la piel; un cigarro mañanero y un café soluble; lo que sea, manda a la cuneta al piloto (cuyo dorsal no desvelaremos). Allí se le puede ver, descargando su descomposición.

Entre Palo Blanco y el desvío hacia Las Papas se cambia el asfalto por pista de ripio que desaparece en varias ocasiones atravesada por el agua. Después del desvío el camino también desaparece al llegar al cauce del río, la entrada al cañón.

En este primer tramo, las huellas de las motos y los quads de otros participantes sirven de guía por la ribera arenosa, la alternativa de paso ahora que el camino ha desparecido bajo el agua.

Según se va cerrando el valle, no queda más remedio que bajar al lecho y empezar a cruzar los brazos menos profundos del río, más profundos y bravos conforme se va remontando.

En condiciones normales, hay que atravesar el río decenas de veces antes de llegar a Las Papas. Hoy no va a ser posible llegar mucho más lejos. Queda confirmado que no seré yo el pase por aquí, ni hoy, ni en los próximos días. Los ciclistas van a tener que esperar también.

De vuelta a la pista de ripio me cruzo con el primer coche que llega hasta el río. Hacen señales para que me detenga. La cabeza del piloto apenas asoma por encima del volante. Tal vez por eso se sorprende cuando le digo que no he visto al otro coche rojo del que me habla, ni siquiera debe alcanzar a ver si lleva a alguien delante o no.

En la cabina no están muy de acuerdo en la manera de enfocar la carrera. El enano del asiento izquierdo, de 13 años y grupo sanguíneo desconocido, está convencido de poder llegar hasta Las Papas. A su lado, el tío de la criatura se conforma con avanzar un poco más, encontrarse con el coche rojo y parar por allí cerca para hacer un asado.

Lluvia de cava en el podio

Por fin una persona razonable. Ya era hora de que apareciese alguien sensato en esta carrera. Volvamos a El Paraíso, felicitemos a los ganadores e informemos a los ciclistas. Por el momento estos 3 días han sido aventura suficiente. Cuando seamos mayores haremos las de verdad.

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