19. Estado Civil: vecinos
He vuelto a llegar a Villa Unión (Argentina) un domingo por la tarde. Aunque esta vez no es 25 de diciembre, las calles están igual de desiertas que aquel día. El verano se está acabando pero hace mucho calor y mi garganta reseca pide urgentemente un refresco de pomelo, cortesía del kiosquero de la esquina de la plaza donde me siento a beberlo.
Por momentos he pensado que es un pecado repetir destino en el viaje, especialmente en un país de semejantes dimensiones. Sin embargo, desde que dejé atrás la cordillera para asomarme al Valle de Iglesia he tenido una sensación reconfortante que ha despejado cualquier duda.
Incluso antes de llegar a territorio argentino ya estaba de buen humor sabiendo que ese era mi destino. Descansé bien durante la noche y pude darme la primera ducha caliente desde Chillán, hace varias semanas. El día estaba templado, sin una sola nube y la carretera desde Rivadavia hacia el puesto fronterizo, desierta y en buen estado.
Los trámites de salida duraron unos pocos minutos. Era la única persona abandonando el país en ese momento por lo que, en esta ocasión, hasta la burocracia parecía estar de mi lado. Desde la barrera tomé la pista hacia el paso Agua Negra, a la sazón el paso fronterizo más alto entre Chile y Argentina y uno de los mayores del mundo.
Desde que salí, a unos 800 msnm, el ascenso fue continuo hasta coronar el paso, 4.000 metros más arriba, 150 km después. Conforme progresaba en la ascensión, las laderas se volvían cada vez más escarpadas y los pliegues más abruptos. Pese a que el sol seguía brillando, la temperatura bajaba y el viento soplaba cada vez con más fuerza.
También el rendimiento de la moto era, metro a metro, más deficiente por la falta de oxígeno y la inclinación de las rampas. Como tiempo atrás, volvimos a circular a velocidad de caracol, la indicada, por otra parte, para recrearse en el paisaje y para que los cigarrillos en marcha no se consuman demasiado rápido.
En esta latitud, en la parte norte de los Andes australes, la cordillera empieza a exagerar sus dimensiones. Aumenta la altura promedio, comienzan los picos de más de 6.000 m y va ganando en anchura.
90 km después de coronar, llego al puesto argentino. Los funcionarios cumplen los trámites relajadamente entre preguntas curiosas. Según la información que han recibido desde el puesto chileno, solo faltamos dos vehículos por ingresar al país, lo que significa que están a punto de marcharse a casa. Será por eso, porque además es sábado o por idiosincrasia, pero el trato va un paso más allá de la corrección y la amabilidad.
Pocos kilómetros después, a orillas de la carretera, un camping me llama. Casa de adobe a la entrada, alameda rodeando el campo de fútbol cubierto de hierba y quinchos en el fondo. Cuesta más la lata de 710 ml de cerveza helada que pasar la noche.
Varias generaciones de una familia estiran tarde del sábado jugando un caótico partido y sacando humo de la parrilla. Por el parlante suenan chacareras y yo me recuesto sobre la hierba para aprovechar los últimos rayos de sol antes de ponerme a cocinar y dar por concluido otro día más.
No sé qué pasa los domingos pero siempre se respira un ambiente especial. A pesar del festivo, a los lados de la carretera se ve a algunas personas trabajando en el campo o en alguna construcción.
Poco antes de llegar a Rodeo una prueba ciclista mantiene cortado el tráfico durante un rato. El público está pendiente de la llegada de su corredor favorito para animarle y entregarle alguna bebida. Alguien debería hacer lo mismo con la agente junto a la que me he parado, está a punto de derretirse bajo el sol.
En el pueblo, el ánimo dominical es evidente. Hay gente que va y viene, visitan las parrillas y los asadores de pollos que han tomado las aceras. Otros pasean, se reúnen en las plazas, a las puertas de las casas o en las parrillas públicas. Las calles están mucho más vivas que la primera vez ue pasé por aquí, aunque también era domingo, era el primer día del año y hora de la siesta.
Para hacer algunos cruces entre países a través de la cordillera no me queda más remedio que repetir ciertos tramos que ya recorrí hace unos meses, pero también me permite pasar por otros que dejé atrás la primera vez, como el Parque de San Guillermo. O eso habría hecho de no ser que para atravesarlo es obligatorio contratar a un guía.
Por otra parte, contraviniendo todo espíritu aventurero, también quiero repetir otros lugares intencionadamente. Volver a Villa Unión es como tomarse unas vacaciones de las vacaciones. Tengo buen recuerdo de los días que pasé y conozco lo suficiente como para desenvolverme sin tener que pensar (ni gastar) demasiado.
Se avecinan días plácidos de descanso, preparación de rutas y asados. Ya que el recorrido por San Guillermo se ha frustrado, el camino por la carretera conocida es como una vuelta a casa.
A pesar de que los meses oficiales de vacaciones ya han pasado, esta vez el camping está mucho más lleno. Además de los chavales del pueblo que van a bañarse a la piscina hay varios campistas. En el que fue mi sitio la vez pasada, hay un rubio instalado con su tienda y una bici.
Julian, es un austríaco que está viajando desde Tierra del Fuego a Cartagena de Indias. Hasta donde yo sé, muchos austríacos mantienen la tradición de hacer un viaje así una vez que han acabado sus estudios superiores, como es el caso.
Quizás el de Julian no es exactamente el tipo de viaje habitual. Además de hacerlo en solitario y en bicicleta, Julian busca recorridos remotos y exigentes que le llevan durante varios días seguidos por parajes solitarios.
En la próxima etapa quiere unir Villa Unión y Fiambalá por la montaña. Un recorrido paralelo al que realicé en Nochebuena pero más cerca de la frontera con Chile. Eso quiere decir que, además de ser más largo, discurre mucho más alto y más alejado de cualquier parte. ¡En bici!
Conozco algunos detalles de la ruta porque la contemplo como posibilidad si el paso de Pircas Negras hacia Chile (el siguiente hacia el norte) continúa cerrado como indican las informaciones oficiales más recientes.
La ruta puede hacerse por distintas variantes. En todas hay tramos arenosos de cierta dificultad, pero el mayor desafío son las condiciones relacionadas con la altitud y la distancia. En moto deben de ser al menos 2 días de etapa, siempre a más de 4.000 msnm desde que se abandona la carretera que lleva, precisamente, hacia el paso fronterizo.
Julian saldrá mañana hacia esa ruta, lo que me provoca una mezcla de admiración, envidia y necesidad de mostrarle un poco de apoyo en forma de proteína animal asada a la parrilla. En vista de que se va a pasar los próximos 11 días pedaleando en las alturas a fuerza de comidas de supervivencia, creo que no le vendrá nada mal.
Como dice la canción, tiene cara de niño en cuerpo hombre. Es un auténtico toro, pero a la vez es tierno, casi delicado en las formas y la manera de hablar un español más que decente que está aprendiendo por el camino a base de escuchar audiolibros de Harry Potter.
Tiene una preciosa bicicleta de color verde, de esas con neumáticos gordísimos. Las vainas traseras, excepcionalmente largas, le permiten montar una gran parrilla a la que fija dos pares de alforjas en las que prácticamente solo lleva comida y agua. Algo que me parece exagerado hasta que le veo zamparse una olla de espaguetis que alimentaría a 4 seres humanos normales para acompañar el asado.
A la mañana siguiente nos despedimos en la calle principal. Mientras él se va a la derecha a por provisiones, yo lo hago hacia la izquierda para visitar a mi peluquero de confianza. Hay dos personas antes que yo. Mientras espero mi turno, por el ventanal que da a la calle espero ver pasar a Julian en cualquier momento.
Desde los altavoces del equipo de música suenan unos cánticos religiosos. El peluquero espera hasta que el padre del niño que está siendo peluqueado dé el visto bueno al corte futbolero para cambiar el dial a la emisora. Ahora, el locutor sortea lotes de productos de los comercios del pueblo entre los oyentes que han llamado a la emisora local dejando sus datos.
Con el pelo al 0 y la barba prolija voy hacia el supermercado El Negro en busca de jabón y alimentos. En la puerta, la bici de Julian que lleva allí un buen rato para el avituallamiento.
Le encuentro frente a una balda donde va acumulando su mercancía. El espectáculo es cómico. Está acabando con las existencias de varias referencias. Parece que estuviese poseído, visiblemente eufórico porque en El Negro ha encontrado puré de patata de sobre y copos de avena.
Lleva un carro hasta arriba de bolsas, cajas y botellas. Otra vez necesito contribuir con unos ligeros sobres de especias para que alegre las funcionales ollas de puré que se va a endiñar en la montaña.
La operación de cargar todo eso en la bicicleta es otro espectáculo. Algunos objetos, los más prescindibles, son sacrificados del equipaje para dejar hueco a la nueva carga. En el aparcamiento de El Negro, se va formando una pequeña montaña de embalajes vacíos mientras los empleados van saliendo hacia sus casas cargados de bolsas con pan, refrescos y verdura. No volverán hasta las 18 h. El turno de tarde comienza a la hora de la cena en Austria.
Calculamos que la bici, que ahora podría considerarse una sucursal de El Negro, debe pesar unos 60 kg. Hasta las esteatopígicas ruedas parecen acusar la carga. Con cada pedalada emiten un bufido de despedida.
El Efecto Pigmalión se materializa punto por punto entre chapuzones en la piscina durante el día y visitas al mirador al caer la tarde, después de haber dado las vueltas reglamentarias al Autódromo de Banda Florida.
De un día para otro, se clausura la temporada de baños. Acto seguido, se suceden varias jornadas de espectaculares tormentas vespertinas. La bajada de temperaturas no altera la dinámica del pueblo ni anula la hora de la siesta. Entre las 13 y las 18 h apenas hay actividad por las calles.
La lluvia también ha hecho crecer el Río Bermejo, que a su vez ha destruido el puente que lleva hasta Banda Florida y su autódromo. Eso obliga a tener que dar un buen rodeo para llegar al circuito o bien vadearlo cada tarde, opción por la que me decanto con más frecuencia para saludar a un viejo conocido. Se trata del mismo río (con algún aporte más a esta altura) que descendí el día de Navidad.
Con la piscina cerrada los chavales del pueblo han dejado de venir al camping, no así los campistas, sorprendentemente. Los hay de muchos tipos, parejas mayores, grupos de jóvenes, motoristas, ciclistas… un poco de todo.
Durante varios días aparece al caer la tarde un par de camionetas Toyota con las cajas y remolques llenos de cachivaches. Aparcan sus vehículos morro con morro cerrando el lateral del lugar donde montan el campamento. Amarran unas cuerdas a los pilares del tejadillo, de ellas cuelgan grandes telas para cerrar el perímetro donde extienden unos colchones que llevan enrollados en los remolques.
Por las mañanas, después de que las mujeres recojan los restos de la cena y el desayuno, desmontan el campamento y salen a vender su mercancía por los pueblos de la zona. Son como chamarileros contemporáneos. Hasta que un día dejan de volver.
En su lugar, llega un chico montado en un Boxer azul. Da la impresión de ser una versión motorista y solitaria de los vendedores nómadas. La moto es todo un espectáculo. En la parte trasera lleva amarrada una maleta enorme, sobre ella una bolsa de deporte de las mismas dimensiones y coronando la montaña un gurruño de plásticos.
De esta torre cuelga por un lado un bidón color naranja y por el otro una cubierta. A cada lado de la rueda trasera un par de alforjas descansan sobre una estructura de tubos de hierro. El piloto, encajado entre la carga trasera y una mochila que apoya en el depósito, va sentado sobre una bolsa de basura que envuelve algo mullido.
En pocos minutos tiene desplegado en varias mesas toda su mercancía, como si al soltar una de las cinchas se hubiese producido una explosión. Desde el caos en el que está trajinando me lanza el primer saludo: «Che ¿vos fumás fasito?»
Arian, es el clásico fumeta despreocupado, simpático y dicharachero. Y lo lleva a gala. Su nombre de guerra, LocoArian420 encierra ese código que le identifica ante otros usuarios del cannabis. También es un quemado de las motos y los viajes y hace apenas 2 días que lo ha dejado todo para salir rumbo al sur.
Viene viajando rápido desde Salta. pero Villa Unión también le atrapa por unos días durante los que tenemos tiempo de ir al circuito y recorrer los alrededores levantando rueda cada vez que tiene ocasión. También nos manchamos de grasa, quitando algunos eslabones a mi cadena y agarrando pedazos de costilla entre los dedos.
Maru y José, son otros dos viajeros que recalan unos días por aquí. La pareja ciclista lleva unos 2 años recorriendo su país pedalada tras pedalada. En la sala de fiestas del camping, a refugio de la tormenta, nos cuentan los pormenores de su viaje y cómo hacen para contarlo.
Por muy bien que se esté aquí, todos tenemos ganas de movernos y, uno tras otro, acabamos volviendo a la carretera a seguir nuestro camino.
Definitivamente, el paso de Pircas Negras está cerrado, lo que significa que tengo que utilizar otro para volver a Chile. Al siguiente, San Francisco, se llega desde Fiambalá. Lugar por el que también pasé en diciembre.
Ahora tengo dos opciones para llegar hasta allí. Seguir los pasos de Julian es la alternativa aventurera. Hacerlo por carretera, siguiendo la Ruta 40 es la vía fácil. Parece una decisión del El Gran Rallye.
Al momento de salir, no tengo todas conmigo con que sea capaz de completar la travesía por la montaña. Seguramente, los días de parón hacen que la balanza se incline por la opción más conservadora.
El paso de Agua Blanca me ha recordado cómo le cuesta a la moto rodar por las alturas. Allí, cuando el terreno no es complicado, consigue avanzar con esfuerzo. Cuando a la altitud se suma una subida o un camino arenoso o roto, la mecánica encuentra su límite.
Hay que sumar el peso añadido que supone cargar combustible, agua y comida suficiente para no pasar apuros, y la certeza de que habrá que castigar el embrague y los riñones. Quizás tomar este tipo de decisiones es una de las cosas más difíciles de viajar solo y al final opto por un plan intermedio.
Hasta el arranque de la pista hay que recorrer unos 170 km por asfalto. La idea es acercarme hasta allí, pasar la noche y asomar la patita por debajo de la puerta. Tal vez de esa manera me fuerce a tomar el camino complicado o, por el contrario, compruebe que no es buena idea.
Al momento de llegar a Vinchina, último punto para recargar combustible, la gasolinera está cerrada hasta las 18 h. Excusa suficiente para abortar la misión y volverme por donde he venido. No tengo ganas de esperar a la tarde y que se me haga de noche en el camino, ni de buscar dónde pasar la noche para seguir al día siguiente.
No me dejo otra opción que tomar la carretera de vuelta hasta Villa Unión y empalmar con la Ruta 40 hacia Chilecito por la Cuesta de Miranda. Puro y agradable trámite que incluye alojamiento gratuito, gracias al propietario del camping, y el recorrido de la Vuelta al Pique.
El recorrido por la cara este de del Famatina utiliza caminos mineros y de montaña. Sube hasta los 3.000 msnm y atraviesa algunos ríos. La niebla es densa y apenas puedo ver más allá de los límites del camino, así todo, es un inesperado paseo con algún paso de agua excitante.
El trámite se completa por carretera, hacia Fiambalá por Famatina y Tinogasta abandonando la Ruta 40. Justo en el desvío encuentro a Maru y José inspeccionando un refugio de carretera mientras hacen un alto para almorzar.
Un nuevo tramo por una carretera, que de vez en cuando es cruzada por arañas del tamaño de una mano, nos deja a la hora de la siesta en la plaza Tinogasta. Algunos chavales están dándole vueltas en sus motos. El que lleva la más ruidosa persigue a dos chicas en scooter. Muchos visten camisa blanca, el único resto reconocible del uniforme de la escuela que ya ni siquiera aguanta dentro de los pantalones. Si el semáforo que está en la esquina de la comisaria está rojo, paran, pero al de la esquina opuesta no le hacen mucho caso. Esté del color que esté, continúan el cortejo sobre ruedas.
Desde aquí a Fiambalá el camino es, de nuevo, conocido. Lo mismo que el camping El Paraíso donde, además de a la señora Blanca, encuentro a Julian, recién llegado de su periplo, vestido con su ropa de ciclista, que es la que tiene.
Por lo visto, en esta segunda parte Argentina, no solo estoy repitiendo destinos, también voy a reencontrarme con algunas personas. Las que conocí hace unos meses y las de hace unos días. Está bien un poco de familiaridad de vez en cuando.
¡Que gusto después de un dia de pico y pala relajarse con un buen relato!.
sfiuu...siiii..fisiuue...graasficiiiasss..ffiiuuuiu..
¡Qué gusto que dé gusto! En el horizonte se vislumbra un kit de transmisión nuevo para el cobete. ¡Gracias!
Felicidades anticipadas que fijo que mañana no me acuerdo!! Minerooo no te mueras minerooo!!!
Gracias, chalao!
Feliz cumpleaños!
Que disfrutes este día tanto como se disfruta leerte!
Gracias! Fue un buen cumpleaños, ya lo leerás 😉