África—14.05.2017

25. Las reglas del juego

El Club Naval de Luanda está en La Ilha, una especie de apéndice estrecho que queda enfrente del skyline luandés. Hacia el otro lado, hay playa y puesta de sol, a la que acudo ya casi como un rito cada día, a tomar un par de latas de Cuca que encuentro cerca, frías y baratas, y a repasar lo que he hecho y lo que queda por hacer. Y a por un poco de silencio. Detrás de mí, unos chavales juegan al fútbol hasta que ya no se ve nada. Por el paseo, algunos corren, otros esperan el taxi. Hay quien busca en la basura y quien lleva en la cabeza cestos y barreños con fruta o cacahuetes. Mi vecino de playa vive allí, instalado bajo un toldo. Hay otros temporales que vienen a tumbarse, a jugar con las olas o a hacerse las fotos de la boda, con drone y todo.

Mi nueva amiga-familia Ana me habló de un motoclub que se llama Amigos da Picada. Localizo el grupo en Facebook y pido ayuda a uno de los administradores. En Bajaj no tienen llantas y, de haberlas, son demasiado caras. Me da que el apaño en la llanta no va a funcionar. La he forrado por dentro con cinta americana por si fue la soldadura la que rajó la cámara y, si no encuentro otra, tiraré hasta que aguante. Pero seguro que alguien me puede dar una idea de dónde buscar una de segunda mano. Tiene que haber en Luanda.

Antonio Godinho se pone en marcha. En el tiempo que ha tardado en contestarme ya ha hablado con los miembro del Club BMW Motorrad de Angola, al que también pertenece, y ha enviado a João, un chaval que trabaja de mensajero para él, a buscar llantas por los mercados. Pronto me llamará para decirme algo. Yo, por mi parte, cambio el pasaporte de embajada con un nuevo visado. Las chicas de la embajada de Gabón son también encantadoras. En la operación denominada Topo en la taquilla, mi prima Ana y yo pergeñamos telemáticamente un plan que me ayude con el paso de la moto entre fronteras. Toca cambiar dinero, hay que tirar de reserva de dólares, ir al banco está prohibido.

Creo que el único visado complicado que me queda es el de Nigeria. Tal vez sea buena idea pasar por la embajada y hacer un tanteo aquí. Otra vez, la dirección que aparece en todos sitios es incorrecta, corresponde a la residencia del embajador; mientras que la embajada, según me han dicho, queda en la zona alta donde está, entre otras, también la de Gabón. Antes de poder encontrarla, me llama João, que me espera en el Club con una llanta.

Después de unos días, más o menos me manejo por esta pequeña parte de la ciudad. No se parece mucho a las otras capitales donde he estado. Hay calles incluso bonitas, calles como las entendemos, con aceras y con árboles y algún resto de arquitectura colonial. Hay calles con enormes torres modernas, algunas acabadas pero prácticamente vacías y otras en construcción. Estas torres tienen luminosos gigantescos y abajo, en la calle, hay un paseo con puentes que no salvan ningún accidente, con barandillas de luces azules. Hay alguna plaza con una especie de árboles cromados. La calle de detrás, a todo esto, parece acabar de sufrir un bombardeo. Me han advertido mucho sobre el tráfico, que es verdad que es un jaleo, pero no es más que una versión extendida de la carretera de la Sierra en Cenes de la Vega (Granada). La moto prácticamente está exenta de normas de circulación más allá de “si cabes, pasa” o “sobrevive como puedas aprovechando tus ventajas”.

Total, que voy de aquí para allá con bastante soltura hasta que llego a la bajada del puente que da acceso a la Ilha, donde siempre hay policía y donde siempre, siempre me han parado, hasta que creo que ya he pasado por todos los turnos y ya han empezado a ignorarme o a saludarme. Uno de estos policías, mientras tiene mis papeles en la mano, llama silbando a una chica despampanante. El mamón se pone a flirtear en forma de agente gallito mientras me tiene allí esperando. A cada cosa que me pide yo entrego un documento. Sólo algunos se corresponden con la petición pero, como ninguno se parece a los que suele ver, todos se aceptan. Sólo me advierte de las fechas, en cuanto ve una anterior al día de hoy dice que el papel está caducado. Da igual si lo que indica la fecha es el día de expedición, por ejemplo, sólo cuenta que es anterior. Pero dando convencido una respuesta a casa cosa queda convencido de que todo está bien y, casi tímido, me pide para un café. Ni lo sueñes.

João lleva una camisa estampada amarilla y conduce una Yamaha 125 a la que no le vendría mal una llanta trasera nueva. Pero la que trae atada a la parrilla es para mi. O lo sería si fuese compatible con mi moto. Aunque es de 18” y la mía de 17” insiste en hacer la prueba. Saco la mía a velocidad de F1, ni el diámetro ni el cubo del freno coinciden. No vale. Calma, calma, me dice y sale a buscar otra. Prefiere que le espere aquí porque dice que si vamos juntos al mercado subirán el precio. Al rato, me llama para encontrarnos en otro sitio. Esta vez es de 17” pero tampoco vale. Donde hemos quedado hay un tío grande que cecea y que tal vez tenga una llanta para mí. A partir de aquí ya no entiendo nada de lo que pasa. No sé donde estamos ni qué relación hay entre estos dos. No sé por qué el grandullón me amenaza con que tengo que pagar por la llanta ni por qué João se toma tantas molestias y me mantiene al margen mientras él se ocupa de arreglar todo. Mientras João se lleva al grande a por la llanta a mí me deja en un bar que hay en un patio interior. Deja en la barra 1.000 kwanzas y me invita a beber “a voluntad”. También tiene que negociar algo con los de la barra. Tengo la moto fuera, sobre la acera, con las herramientas en el suelo y la rueda quitada. Dicen que están bien ahí. Tarda un rato en volver y esta vez la llanta es de una Bajaj. Tiene neumático y no muy buena pinta pero, al montarla, parece que todo está bien. El grandullón me ayuda a ajustar el freno y me mete mucha prisa para que cambie las cubiertas y me largue de aquí. Los rodamientos de la llanta “nueva” parecen tocados. João dice que los puedo cambiar si quiero y el gordo se lleva las dos llantas a un cuartucho que es medio taller. Empieza a sacarlos a golpes cuando me doy cuenta de que he dejado la mochila fuera. Si me roban las herramientas o, incluso, la moto, será una faena, pero sin la mochila estoy perdido. Al volver, cojinetes y otras piezas están por el suelo y para mí es imposible saber cuál es cuál, dónde van, o si falta algo. Como todos parecen tener prisa vamos a un sitio de recauchutaje a que cambien los neumáticos de llanta por mucho que les insista en que lo puedo hacer yo. Y habría tardado menos porque la operación supone recorrer algunas de las calles con más tráfico de la ciudad en la moto de João.

Llevo una rueda en cada mano. Nada más llegar al extremo de la rotonda donde unos cambian neumáticos, otros cortan pelo, y otros beben Cuca en una furgoneta Renault que hace de bar, alguien me las quita de las manos diciendo que va a trabajar en ellas. João pone cara de fastidio y yo le doy la bienvenida a mi mundo. Recupero las ruedas y vamos al que le gusta a él, que trabaja junto a un compresor con un mandil gris. Es hábil y rápido, pero no cuidadoso. João también le mete prisa a él. La válvula de la cámara del gordo se separa de la cámara sin que el del mandil apenas la haya tocado. Rifirrafe para que al final la arregle, no sé cómo, y nosotros tengamos que esperar aún más visitando la furgoneta bar y contemplando el jaleo que se ha formado después de que un taxi y un todoterreno se la hayan pegado en la rotonda. ¡Accidente! ¡Accidente! Grita una chavala, como encantada, que sale corriendo hacia la rotonda.

De vuelta, en la moto, el gordo trajina otra vez con los rodamientos y me atosiga para montar la rueda. Las herramientas, que guardo en dos bolsas de tela, estaban apoyadas contra una chapa que cierra el solar del bar. Al otro lado, alguien ha meado, empapando bolsas y herramientas de una peste nauseabunda. Monto, vuelta a la manzana y parece que todo está bien. Allí nos despedimos todos y yo me voy a buscar la puesta de sol. Y créetelo, llego a casa y la rueda está muy baja. En serio.

Las reglas del juego

Ya no sé qué pensar. Igual es una prueba celestial, como barrer el desierto o recoger hojas en otoño, por la que tengo que pasar por algún motivo. Pero mira, me vale para poner una cámara mejor que encontré el otro día y para montar el neumático en el sentido correcto, que lo habían puesto al revés. Limpio bien la llanta y el interior de la cubierta, que parece estar bien. La embadurno de Fungusol, que es lo más parecido a los polvos de talco que tengo y así, aunque pinche por fricción, al menos seguro que no tendrá hongos. Desgraciadamente, descubro que no acaba aquí todo y, al final, me la han dado con los rodamientos. O me la han dado o los ha machacado a golpes, no sé. Espero que la holgura que tiene sea más fácil de arreglar, porque el resto de la llanta parece estar bien.

Las reglas del juego

Es jueves, escribo a Godinho para agradecerle las molestias que se ha tomado y ver qué puedo hacer por él. Él mismo y otros amigos del BMW Motorrad Club se ofrecen a pagarme la llanta y me invitan a unirme a ellos en la ciudad, donde celebran un cumpleaños. Están cerca, en una calle ancha donde han colocado una pancarta y donde están aparcados los últimos modelos trail de BMW, Honda y Yamaha, todas impecables con todo tipo de extras. Apenas he doblado la esquina y el toro de Godinho empieza a gritar mi nombre con los brazos en alto. Le respondo a bocinazos, haciendo rugir mi poderoso monocilíndrico de 12cv.

Abrazos y besos, finos de Cuca y un plato de carne a la brasa. Este es Rui y aquí Lilho, presidente del Club. Y otro más y otro; y contar la historia de la llanta, del viaje, de la moto. Otro fino. Otra familia nueva en Angola. Estamos en la calle, en la acera. Ya es de noche, pero en el solar de al lado, donde tienen la barbacoa y se apilan cadáveres de más coches y motos de los que puedo contar, atrona un bafle sin piedad. No me falta ni gloria bendita y voy de corrillo en corrillo escuchando sus historias, sus consejos y respondiendo a sus preguntas. En un momento dado, aparecen cuatro chicas que parecen muy jóvenes. Uno de mis nuevos amigos quiere presentármelas y me pregunta si son guapas. Que lo son. Pronto entiendo que no están sentadas en el pretil por casualidad, como esperando. Es que están esperando. Ojo clínico, chaval. De vez en cuando, alguna desaparece por un rato de la mano de alguien que la lleva entre los cadáveres metálicos. Uno de mis nuevos amigos quiere apañarme una menina y no entiende que no quiera. Los finos dan pie a conversaciones ricas en testosterona, ya va siendo hora de marcharse. Como último gesto de hospitalidad y hermandad motorista, se ofrecen a pagarme una habitación en un hotel de aquí al lado. No podrían perdonarse que me pasase algo en la vuelta o que la policía me hiciese soplar y, como soy su invitado y nadie quiere mi opinión, es inútil que me resista. Así que, para rematar todo lo que han hecho por mí, esta noche duermo en una cama en condiciones, en un cuarto climatizado, con ducha y desayuno por la mañana. Increíble lo de esta gente.

Flanqueado por Godinho y Rui
Flanqueado por Godinho y Rui

Tengo ya el visado de Gabón, voy a esperar al lunes para ver lo de la holgura. Espero tener más suerte que con el taller de Bajaj. Donde encontré las cámaras venden motos de las marcas Keweseki, Kaweseki, Kawesikil y alguna otra. Allí vi cómo, entre dos, se montaban una nueva enterita en un momento, sentados en el suelo, voy a probar allí. Y si no, buscaré otra cosa por el camino. He visto motos como esta en condiciones mucho peores adelantarme por caminos de tierra. A veces la alineación de las ruedas tenía un desfase de un palmo y los neumáticos, como los secretos de los panaderos-panaderos, habían ido pasado de generación en generación. Así que, con cuidado pero sin melindreces, voy a seguir adelante y arreglarlo por el camino. Estar parado cansa tanto como la batalla que a veces supone llevar a cabo la tarea más tonta: una fotocopia, encontrar una dirección, comer sardinas en lata y que no queden restos en el bigote.

Boulanger
Boulanger

2 comentarios

  1. Espero que la llanta no te falle....
    Practicar la paciencia y adaptarse al medio . .. y encontrar gente acogedora. Adelante y que Pili resista.
    Un abrazo


Visita la tienda
Por cada libro vendido
3 litros
de agua en Argentina
crossmenu