27. Diez cosas que hacer en Sucre
Sucre, conocida como la Ciudad Blanca, es una de las ciudades más bellas de Bolivia. Su centro histórico bien conservado, su arquitectura colonial y su ambiente tranquilo la convierten en una parada ideal. Recorrerás sus calles, visitarás museos, mercados y miradores. Tendrás días intensos de descubrimiento cultural e historia. También puedes no hacer nada y sumergirte en lo extremadamente local: el profundo ombligo del viajero solitario.
1. Llegar a Sucre en moto
Al llegar por la Ruta 6, Sucre aparece al final de un tramo polvoriento. El polvo y la mugre acumulados sobre ti durante los últimos días te camuflarán en tu aproximación. El equipaje que llevas puede pasar por una mercancía cualquiera, pero cuidado: la placa trasera de tu moto te delata.
Activa el modo vigilancia útil. Asúmelo con una mezcla de protocolo y paranoia. Si no percibes rastro evidente de hostilidad, dedica la alerta a esquivar baches, otros vehículos o peatones. Te será útil para discriminar qué bocinazos y chirridos de neumáticos tienen que ver contigo y cuáles no.
Es posible que, al acercarte al centro, el camuflaje previo empiece a desentonar. Puedes sentirte como cuando apareciste en vaqueros en una fiesta vikinga. Vestido así, el calor te empezará a agobiar. Te parecerá que la ropa térmica, tan inútil contra el frío, tiene ahora la eficacia de la piel de foca forrada de borrego. Detente en la primera plaza que encuentres para deshacerte de ella.
Será tu oportunidad para sentarte por primera vez en un banco de la ciudad y valorar cómo respira. Qué tipo de lugar es este. Qué tipo de viajero eres hoy.
2. Deshacerte de la moto y caminar
La ciudad —o al menos el centro— tiene el tamaño justo. Lo bastante grande para que seas un anónimo más, lo bastante pequeña para recorrerla a pie. Deshacerte de la moto puede ser una elección o una necesidad. Si tu moto va necesitando una revisión a fondo, Sucre es lo bastante grande como para tener un taller especializado en tu marca. Y lo bastante boliviana como para que, entre feriados y fines de semana, tengas que dejarla allí durante varios días.
Si es tu caso, al principio caminarás por obligación. Sin vehículo y con tareas que hacer, tus trayectos incluirán rutas emocionantes como la del alojamiento a la lavandería; de allí a la tienda de telefonía y vuelta al alojamiento, por ejemplo. Pero pronto, andar se convertirá en una condición. En una coartada para aplazar. Todo ese tiempo que empleas en poner un pie delante del otro no tendrás que dedicarlo a nada más. Ser un transeúnte y deambular será suficiente. No te hará falta ninguna guía (incluida esta) para llenar tus jornadas de experiencias variadas.
Caminar en Sucre no es difícil, pero tampoco es neutro. Las cuestas existen, el sol castiga, los cruces pueden ser zonas de tensión. Por eso, de vez en cuando, conviene sentarte en una plaza.

3. Tomar cerveza en la Plaza Rafael García Rosquella
Si te descuidas, no repararás en esta plaza. A simple vista no tiene nada de particular, lo cual ya es un dato. Pero si has dejado la moto en PRX workshop, te pillará de paso y podrás convertirla en punto de retorno.
Su escalinata ofrece asiento con cierta dignidad. Desde allí se ve un extremo de la ciudad, un dinosaurio de cemento y un coche suspendido en el aire. La plaza linda con el Centro Penitenciario San Roque, conocido por su hacinamiento ejemplar.
Como cerca de los cementerios hay floristerías, o cerca de los hospitales, farmacias, aquí encontrarás varias tiendas donde conseguir tu alijo de bebidas frías y snacks, ya seas ocioso visitante del espacio público o presidiario en flamante permiso.
A ciertas horas, funcionarios con megáfono pasan lista a los presos condenados. Los llaman por su nombre. Si tienes suerte, alguno tardará en contestar y lo repetirán varias veces. Durante unos segundos, habrás vivido la emoción de una fuga.
Si mantienes un consumo moderado de chifles y cerveza, el único peligro de esta plaza es caer en la cuenta de que no sabes muy bien qué hacer con tu propia libertad.

4. No tomar cerveza en la Plaza Óscar Crespo
Si has cumplido el punto anterior, probablemente te pique la curiosidad y bajes a ver qué pinta un dinosaurio perseguido por un bólido en una esquina de la ciudad. No te dejes engañar por el nombre: plaza, lo que se dice plaza, no es.
No parece concebida para quedarse. Tampoco es el lugar más cómodo para tomar una cerveza. Bancos no hay, así que puedes sentarte en la hierba. En ese caso, conviene vigilar el terreno: las minas perrunas aparecen en distintos grados de frescura.
Con todo, si este solar con aspiraciones cívicas te pilla de paso, bien merece una visita.
5. Tomar cerveza en el paseo central de la Avenida Germán Mendoza / Jaime Mendoza
Esta avenida es tan grande que necesita dos personalidades de quienes tomar sus nombres, una para cada acera. En parte de su trazado, además, acoge un tramo de la Ruta Nacional 5. Eso la convierte en un lugar de paso, pero también en un sitio útil para quedarse un rato a formar parte del mobiliario urbano.
El paseo central ofrece un anonimato de primera calidad. Se puede abrir una lata y comer cualquier cosa comprada sin criterio sin levantar sospechas. Entre quienes lo frecuentan se detecta un patrón: jóvenes que pasean perros y jubilados que a duras penas se pasean a sí mismos. También hay perros sin dueño que no pasean a nadie. Despeinados y sin la tiranía de la correa.
Si la frecuentas lo suficiente, aumentarán las probabilidades de que aparezca compañía no solicitada. Puede ser que se siente a tu lado, saque una botella de licor barato, profiera unos extraños sonidos acompañados de perdigonazos que interpretarás como una invitación para beber con él. Tú verás lo que haces.

6. Hacer de almohada en las Escaleras de la calle Urcullo
Algunas plazas menores —demasiado pequeñas para tener nombre— ofrecen lo justo: un banco, un poco de sombra y todos los flancos cubiertos. Son aptas para fumar un cigarro sin prisa, observar sin ser observado y, ocasionalmente, aportar tu granito de arena al bienestar animal.
En cualquier momento, mientras estés ahí sentado, un perro negro de tamaño considerable se acercará. No pedirá nada. No ladrará. Simplemente se tumbará bajo el banco y apoyará la cabeza en uno de tus pies. No se moverá durante un buen rato. Dará un par de resoplidos —de esos que hacen los perros— y se quedará dormido. Lo sabrás por el movimiento de sus ojos bajo los párpados.
Cuando aparezca otro perro, se despertará de golpe. Como un bombero, capaz de pasar del sueño profundo a la carrera en un instante, se acercará al peludo trasero del visitante. Lo olfateará protocolariamente y se dejará olfatear. Se irán juntos sin decir ni adiós.
Por qué eligió ese banco, ese pie y ese momento será un misterio para siempre. Pero se nota que es un perro con las cosas claras. Alguien de quien te puedes fiar.

7. Ser víctima propicia en la Plaza de Armas 25 de mayo
En esta plaza hay muchas cosas por hacer. Incluso si solo estás tratando de mantener las constantes lo suficientemente vitales, sentirás que estás participando de algo, por simpatía con la cantidad de estímulos presentes.
Puedes caminar por gusto o porque estás en camino de un destino. La plaza estará llena: colegialas, transeúntes, predicadores, comerciantes o turistas como tú. Todos sobre el mismo suelo histórico.
Avanza a tu aire. Elige un banco. Siéntate un rato. Luego levántate y sigue. Escucharás un barullo detrás de ti. No le prestes atención. Al fin y al cabo, no todo gira a tu alrededor.
Pero si el barullo se hace más definido y más cercano, empezarás a conectar las vibraciones con tus registros inconscientes más antiguos. Harás una valoración espacial. Concluirás que varios pares de patas, pertenecientes a un número indeterminado de perros callejeros, se acercan por tu espalda, a gran velocidad.
Gírate. No vaya a ser que, esta vez sí, en el pequeño universo que es la plaza de armas, algo incognoscible haya activado una fuerza de atracción hacia ti.
Un perro te morderá el brazo. Reaccionarás: manotazo, patada. Ninguno de los dos golpes será muy eficaz. El mordisco tampoco. La contienda se saldará con un agujero en la camiseta, un rasguño en el brazo y dos o tres perros alejándose con su propio barullo.
Masculla unas maldiciones. Continúa como si nada hubiera pasado. Acepta que las almohadas valen lo mismo para descansar que para desfogar.
8. No visitar el Museo del Pan
Una buena opción para ocupar media mañana en Sucre es intentar visitar el Museo del Pan. Requiere planificación, paciencia y una disposición abierta al fracaso. El museo figura en algunas guías turísticas, aunque en la dirección indicada no hay señal alguna de su existencia. Se accede a través de la sede del Colegio de Arquitectos de Chuquisaca, en un inmueble que en su día fue una panadería importante.
Si consigues entrar, una señora en recepción te confirmará que, sorprendentemente, has encontrado el lugar. Con un tono entre la resignación y la sorpresa, informará de que está cerrado por obras.
Según fuentes no oficiales, el museo solo abre una vez al año, durante la Noche de los Museos. Según fuentes oficiales, facilitar información de utilidad para el visitante no va con ellos. Tampoco dejar echar una miradita.
Acude a alguna plaza conocida en busca de consuelo. Fabrica tu propia teoría de por qué es tan sumamente complicado visitar el museo. Concluye que algún avispado grupo de arquitectos consiguió hacerse con un edificio histórico donde fardar de sede.
La operación no solo les habría servido para disponer de un emplazamiento fetén, sino que podrían usar su rehabilitación para presumir de compromiso arquitectónico-patrimonial, incluso aunque (palabras textuales) podrían haberlo demolido por entrar en la calificación C.
Solo encontraron una pega: mantener el museo visitable sería un requisito administrativo, contraprestación a unas condiciones ventajosas. Como mentes preclaras, dieron con la solución: ante tal incordio, cumplirían con el expediente abriéndolo una sola vez al año.
Museo del Pan. A otro perro con ese hueso.

9. Cortarse el pelo donde Álvaro Mendoza Yupanki
Déjate atrapar con un solo cruce de miradas. Cuando no está cortando el pelo, Álvaro Mendoza Yupanki está recostado en el quicio de su peluquería. Escanea a todo aquel que camina por las aceras de la populosa calle Junín. Con un 100 % de tasa de acierto, localiza al peatón que esa mañana pensaba en cortarse el pelo y le invita a pasar.
Mantiene el suelo limpio, lo cual no es poco. Te indica dónde sentarte y te coloca sin apuro el poncho ese, con un protector para el cuello. Mantiene la radio bien sintonizada, a un volumen justo para conversar.
El señor Mendoza Yupanki se interesa por sus clientes. Juega a adivinar su nacionalidad y los colecciona por cientos, como amistades de Feis o contactos de WhatsApp.
Gobierna su salón sin levantar la voz, cediéndote el trono y pasando la cuchilla con una mezcla exacta de serenidad castellana y cortesía inca.

10. Visitar al Doctor Clever Echegaray
Es seguro que una visita al doctor mejorará tu día. Te recibe de traje y corbata. Te recibe con flores. Una, especialmente, te sacará una sonrisa. Acércate a verle. Con esa flor —de plástico, de esas que bailan cuando hay música— te deseará desde su nicho: Have a nice day.
Durante el paseo hasta su consulta ya notarás los efectos terapéuticos del tanatoturismo. En esos escaparates que son los nichos del Cementerio General de Sucre se presentan todo tipo de objetos: peluches, fotos plastificadas, prendas de vestir, mensajes a mano y botellas. Muchas. De cerveza, refrescos o licores. Y mensajes como Have a nice day, que no queda claro si es un deseo para el muerto o del muerto hacia ti.
Hay conjuntos conmovedores, otros kitsch, algunos opulentos y varios dolorosamente escuetos. Se puede pasar mucho tiempo allí, caminando entre mensajes, leyendo objetos, sintiendo escalofríos. El cierre lo anuncian apenas llega la tarde. Entonces, toca caminar hasta que sea una hora no demasiado impúdica para encerrarte en el alojamiento.
Parece tranquilo aunque hay días de perros... iría a la plaza de la prisión a contestar por los que hayan volado.
También te veo echando una cabezada en la Plaza de Armas 😉
Así debería todo viajero descubrir las ciudades ajenas y propias, sin prisas, sin rutas prefijadas, con los ojos bien abiertos y dispuesto a escuchar las diferentes llamadas de sus calles y plazuelas. Te agradezco que hagas pedagogía del verdadero arte del flâneur, descubrir espacios de felicidad.
¡Gracias, Paz!
Sin duda Sucre es un buen lugar para hacer de flâneur, hay llamadas listas para ser escuchadas en cualquier rincón.