África—9.12.2016

02. Pantone rosa casi rojo

Amanece muy pronto, hacia las 6 es completamente de día, o sea, que empieza a clarear bastante antes. Desayuno en la terraza con café, pan de Michiel, tomates y, ya que se ha levantado el veto vegetariano en esta casa, salchichón del Luis. Sin lactosa pero con un montón de pimienta, o sea, bien.

Por fin he ido a la que será más o menos mi segunda casa por un tiempo: Bora Bakery. Es pequeña y humilde pero con todo lo necesario. A pesar de que lleva pocos meses haciendo pan allí, el trabajo y las tareas repetitivas ya van dejando sus huellas. Por ejemplo, en las mesas de madera donde trabaja, con la superficie bastante pulida ya, y en los pequeños moldes que utiliza y que le hace un zanzibareño con las planchas onduladas metálicas, creo que de zinc, que usan como tejado por apenas 1 euro c/u. Unos 2.300 chelines. Aún conservan cierta ondulación y, comparados con los nuevos que Suleiman le trajo de la ciudad ayer (aprovechando que iría a recogerme) estos ya tienen, por decirlo de la manera más cursi posible, alma. Tengo ganas de volver a hacer pan con Michiel, de cogerle el punto al horno, a la masa madre, a los dos tipos de harina que usaremos... Hacer pan da, entre otras cosas, confianza en uno mismo y la necesito, seguro.

Zanzíbar

Después de conocer a los gerentes del hotel en cuya parte trasera está la panadería, hemos bajado a la playa. Las mareas son intensas y en ese momento de baja mar el agua estaba realmente lejos. Más lejos aún rompían las olas, más allá del arrecife de coral (ahora tendria que sonar Beyond the Reef). En todo ese espacio que queda entre la orilla y el arrecife hay zonas apenas cubiertas por el agua y otras más profundas. Donde no hay agua, la arena, completamente blanca, es tan fina que es casi como barro. En toda esta parte de agua retirada trabaja mucha gente cogiendo pulpos, algas o cebo para pescar. No estoy seguro, pero parece que son sólo las mujeres las que recogen las algas, de alguna manera cultivadas usando pilotes y cuerdas que quedan al aire con esta marea. Meten las algas en sacos para después secarlas al sol durante tres o cuatro días y luego venderlas en en el pueblo a razón de 500 chelines (unos 20 céntimos de euro) el kilo. El comprador lo empaqueta y lo lleva a la ciudad desde donde viaja a Europa o Japón para ser procesadas, extrayendo sus aceites para elaborar cosméticos, jabones o productos de alimentación.

La verdad es que no he contrastado mis fuentes, y ver sólo he visto a la gente trabajando a lo lejos, sacos llenos de algas descansando en la arena y mujeres llevándolos sobre la cabeza de un lado a otro. Pero han sido dos chicos los que me han contado esto en un pequeño establecimiento en plena playa.

Casi es sólo poner el pie en la arena y locales de todas las edades comienzan a hablarte. Algunos niños sólo te saludan y te dan la bienvenida a Zanzíbar, otros te piden cosas o dinero directamente. Los más mayores quieren saber dónde te alojas y con cuántas personas, para ofrecerte servicios a la medida de tus necesidades: comidas, tours, taxi, alojamiento más barato o drogas. Fui caminando desde donde vivo, que parece más tranquilo, hacia el sur, donde hay un pueblo más grande, más muzungu y más surfero. Conforme te acercas allí tanto los alojamientos como las ofertas de los cazaturistas se vuelven más sofisticados.

El que me cazó a mí venía en bici (bicis y motos circulan sobre la arena sin problemas incluso en las partes más blandas), me cayó bien, tenía agua en su local y yo sed. Creo que tuve suerte; entre bungalows, lodges con piscina y hoteles, algunos más lujosos otros más desenfadados, tiene su sitio: Calorina. El Calorina para mi. Es como una terraza cerrada bastante pequeña, justo delante de la línea de palmeras ya sobre la arena. Unas maderas y unas hojas de palmera entrelazadas hacen de pequeña valla y tejadillo, hay unos troncos para sentarse pero a mí me pasa una silla de madera y cuero en cuanto llegamos. Estamos solos. De entre todo lo que me ofrece (que supongo que es todo lo que puede venderme) elijo una botella de agua. Le hago caso y me siento, pole pole, akuna matata, enjoy my friend. Y eso hago. Se está bien aquí, sombra, brisa del mar, agua fría. Nos fumamos un cigarrillo y hablamos un poco. El sitio es suyo y su casa está justo detrás, allí cocina su mujer. En seguida aparece otro chico, a los poco minutos otro que habla español con un ceceo extraño, Domingo. Todos me ofrecen de todo, pero sigo haciendo caso a mi cazador: asante sana, pole pole. Tengo todo lo que quiero, muchas gracias.

Por momentos me hace gracia la situación y me gustaría saber qué les parece que me haya tomado literalmente el pole pole y que esté allí con mi botella de agua y mis cigarrillos sin hacer nada, como ellos, sólo estando. Es temporada baja y todos buscan clientes, varios en la playa me lo han dicho. Hablamos un rato, me cuentan cosas, les pregunto otras, hablan entre ellos en suajili, de vez en cuando intercalan unos segundos comerciales. El que habla español y organiza safaris se va. Primero se apoya en un tronco de la entrada y en seguida echa a andar sin despedirse. Tendrá que seguir a la caza del muzungu. Aún vuelve alguno más, sólo de visita, no ofrecen nada, pasan un rato y se van. No sé cuánto tiempo llevo aquí pero es que después de haber andado bajo el sol no me apetece salir. Sombra, fresco. De vez en cuando unas palabras. Que si la pesca, que si pueden tener hasta 4 mujeres (pero una sólo es suficiente) que si "el clásico" es hoy…

Al final me entra hambre y estoy tan bien que le pido comer. En seguida se levanta y me ofrece fish, calamaro, pulpo… y otra cosa que no entiendo. Le pregunto que cuánto por el agua y por eso último. Son 11.000. Tengo 10.000 (4,3 euros) así que ponme lo que tengas por ese precio. Un regateo, el primero de mi vida, bastante cutre. Desaparece y enseguida vuelve con un Duralex lleno de chapati y un cuenco de plástico rosa lleno de coconut beans. Están apenas tibias y no son nada especial. Tal vez incluso sean de lata, aunque me extraña porque son bastante caras, pero quizás sea por eso por lo que cuando les he preguntado varias veces si podía ir a ver la cocina se han hecho los longuis. Sea como sea son aceptables, están condimentadas bastante suaves y al final hay un ligero gusto a coco. El caldo es cremoso y con los chapatis hace una ración suficiente. Aunque me ofrecen más con eso estoy satisfecho, eso sí, me llevo los chapatis que sobran, están buenos y me van a hacer un apaño.

He comido en la única mesa que tiene, que vale tanto para comer como para oficina de uno de ellos.

Al rato, sigo con mi paseo en dirección al pueblo surfero, hacia el sur. En un tramo más tranquilo me doy un baño aprovechando que ya ha subido bastante la marea. Según dicen, la temporada baja de turismo hace que sea temporada alta de robos, Michiel insiste en que no lleve nada a la playa así que no me recreo demasiado en el agua. No sé si exageran o no, pero es el primer día y la gente aparece por todos lados en un momento, sin que te des cuenta, así que no voy a arriesgar.

Ya es por la tarde, el sol me ha estado dando bien, mi piel ya no es blanca sino rosa, casi roja y me queda un rato de vuelta. Los pescadores también están volviendo a la playa donde venden las capturas a la gente y a los hoteles y restaurantes. Hoy no me queda dinero, pero volveré a por peces un día de estos. Estamos al este de la isla, como el sol está bajando las palmeras que hay al borde de la arena dan sombra y con la brisa se está a gusto.

Esa misma noche vamos a una barbacoa con la chica que vendrá a vivir a casa en los días siguientes. Connie es una alemana grande, que se ríe por todo escandalosamente pero que habla muy bajito y sin apenas modular. Va siempre descalza quién sabe por qué. Ni oigo ni entiendo lo que me dice. Tampoco a los demás. En el sitio, Rocky Rock nosequé, dos pueblos hacia el sur, hay barbacoa sudafricana, DJ Italiana, clientela muzungu y servicio local. De toda la noche lo que más disfruto es el camino, una media hora en moto, por la noche, por carretera y algunos caminos. Las tres cervezas Kilimanjaro de 500 cc tampoco estaban mal.

Es sólo un día pero parece más. En los siguientes sigue siendo así, me levanto muy temprano y aunque no me acueste tarde el día es largo, por número de horas y por número de sensaciones diferentes que se suceden. Ya hay actividades o gestos que empiezan a convertirse en pequeñas rutinas sin importancia pero que me hacen sentir más cómodo, que me ayudan a encontrar mi hueco poco a poco. Certezas bastante tontas frente a la novedad que me avasalla cada día.


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