África—2.12.2016

01. Llegada

Ya estoy en Zanzíbar. El viaje con Ethiopian Airlines ha sido largo, con retrasos incluidos, y escala en Roma, transbordo en Addis Ababa y nueva escala en Kilimanjaro. Es el precio que hay que pagar por tener mejor precio.

Hasta que llegué a Addis Ababa estaba siendo un vuelo sin más, salvo por la tripulación etíope con uniforme verde, que se refieren al avión como aeroplano. Justo antes de aterrizar empezaba a salir el sol y se podía ver desde el aire cómo la ciudad ya estaba en movimiento. Ya en el aeropuerto, donde he tenido que esperar algunas horas al siguiente vuelo, los muzungus hemos bajado en proporción y se han sumado unos cuantos colores de piel a la parroquia. Pero no dejaba de ser una terminal de aeropuerto con algunas peculiaridades. Habitaban unas cuantas palomas con las patas atadas entre sí. Al verlas me he explicado inmediatamente por qué había manchas en el suelo que parecían de caca. Los baños, que he tenido que usar varias veces, eran unos barracones con una pequeña rampa de acceso debidamente enmoquetada. Una flota de mujeres de la compañía Fire works se encargaba de mantenerlos razonablemente limpios. Hacían lo mismo con uno de los bancos donde esperar sentado. No sé por qué sólo limpiaban uno.

Con retraso ha salido el avión hacia Zanzíbar que haría escala en el aeropuerto Klimanjaro. Este trayecto desde la ventanilla ha sido mucho mejor, cruzando Kenia de norte a sur, rodeando el Klimanjaro, donde llovía bastante y aterrizando en una llanura rojiza rodeados de cientos de remolinos que sacudían el avión.

El último trayecto, sobrevolando Tanzania, seguía igual de interesante y la sensación de que el viaje se estaba convirtiendo en realidad ya no tenía marcha atrás.

El aeropuerto de Zanzíbar se acerca más al cliché africano: pequeño pero caótico, descuidado. Aquí los operarios van de paisano salvo por el chaleco reflectante. El funcionario de la aduana se empeñaba en hablarme a un volumen inaudible por mucho que le pidiese que por favor repitiera y me ha despachado prácticamente sin mirar los papeles que tanto me ha costado rellenar.

Ya fuera, buscar las maletas era como buscar los regalos de Papá Noel en Tolosa: entre este montón desperdigado deben estar las que llevan tu nombre. Y de ahí a la calle, a buscar a Suleiman que debe llevar un cartelito también con mi nombre. Sólo ha aparecido cuando he dejado de buscarle. No le ha costado, yo era el muzungu rodeado de taxistas con carteles en los que aparecían otros nombres que intentaban ayudarme.

Se conoce que Suleiman, como yo, no es de muchas palabras. Aún así hemos hablado un poco y me ha enseñado a contar en suajili. En este trayecto ya si que no quedaba duda. Carretera africana.

Biciniñavacabachecamióntaxibachemotomotobiciniña Zanzíbar driving, puestos de todas clases en los arcenes. Hemos parado a comprar unos cocos para la madre de Suleiman, good son. Puestos de policía, caravana de autobuses que iban o venían de una boda. Todo condensado en un ratito y llegamos a casa de Jen y Michiel. Enorme y bonita, con un gran jardín y vistas al mar desde la terraza con techo de paja.

Casa

En poco tiempo se ha hecho de noche, nos hemos puesto al día con unas cervezas y una tortilla de patatas que Michiel ya tiene dominada. Nos hemos retirado pronto y yo aprovecho para escribiros, mirando de reojo a la salamandra que hay en la pared de mi cuarto, con una hormiga gigante que me ronda por los pies ya me pican y pensando en que en cuanto os envíe esto voy a salir a volver a fumarme el último cigarrillo viendo las estrellas y disfrutando del viento que viene del Índico. A ver qué trae mañana.

Salamandra

También pienso que si Ethiopian Airlines pone a Mulatu Astatke como hilo musical, Iberia debería poner Mediterráneo en bucle.


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