03. Habla breve
Ñeembucú, es el nombre de uno de los 17 departamentos de Paraguay, situado en el suroeste de la región oriental. Pero también, en idioma guaraní, significa «parco», «de pocas palabras» o «habla breve». Tal vez por eso me haya sentido tan a gusto por allí.
Y eso que, lejos de haber vivido una experiencia solitaria e introspectiva, la actividad social ha sido la protagonista de las últimas jornadas, o sea que de hablar poco, nada. De hecho, mi primera relación con el lugar fue a través de conversación telefónica.
No había terminado de contarle mis intenciones para los próximos días, cuando Gustavo ya estaba, teléfono en ristre, aplicado en la tarea de facilitarme la vida. Al otro lado del aparato, otro Gustavo, primo de su mujer que también se dedica, entre otras cosas, al negocio hostelero en Pilar, capital de Ñeembucú.
Sobre el mapa, la confluencia de los ríos Paraguay y Paraná me parecía un lugar interesante al que dirigirme. Sin duda, el encuentro de estas monstruosas lenguas de agua, debe de ser todo un espectáculo. Para unir San Ignacio y ese punto, Pilar es uno de los puntos de paso obligados.
Gustavo (el pilarense) al otro lado de la línea me inundaba con un torrente de información. Resulta que al día siguiente era 12 de octubre y, por consiguiente, la fiesta grande de la ciudad de Pilar. Así que, en una rápida decisión a tres bandas, quedó establecido el destino, la fecha y el recorrido de la próxima etapa: Pilar, 12 de octubre, por la ruta principal.
La idea era llegar lo antes posible a Pilar, para así poder presenciar las actividades y festejos. Me alojaría en casa de Gustavo, instalaría la tienda en su patio y esa sería la base de operaciones para conocer la zona. Ni una palabra más.
A lo tonto, ya llevaba unos cuantos días en San Ignacio. Lo cierto es que podría haber estado allí mucho más tiempo. Tenía todo lo que necesitaba, pero también muchas ganas de avanzar, por lo que a la mañana siguiente, cargué la moto y volví de nuevo a la carretera.
La ruta, perfectamente asfaltada y bastante solitaria, atraviesa una gran planicie, donde se alternan estancias inmensas, dedicadas a la ganadería, con zonas de esteros y pantanles que, debido a unos meses de sequía, están en su mínima expresión.
A pesar de que el trazado es fundamentalmente recto, el viaje es agradable. Tras las últimas lluvias, por fin ha salido el sol pero el ambiente se mantiene fresco. El verde se extiende hasta el horizonte allá donde mires. Aves y vacas son la única compañía.
Gustavo (el pilarense) ya tiene encendida la parrilla cuando llego y enseguida hace que me sienta como visitando a un viejo amigo. Nos instalamos en el terreno junto a su casa, una bonita construcción de una planta, de paredes encaladas y un porche columnado que soportan gruesas vigas de madera.
Junto a la parrilla, un Toyota Bandeirante tipo camioneta, espera paciente su turno para ser convertido en casa rodante. De momento sirve para dar ambiente y esconder alguna que otra evidencia en su caja trasera.
A su lado, nos acomodamos en sillas de jardín; sobre la mesa, Conce, su mujer, coloca un plato con un aperitivo a base de chorizo parrillero. En la nevera portátil (conservadora, como se llama aquí) unas botellas de Pilsen. La parrilla humea, el sol brilla y los pájaros cantan.
Gustavo, resulta ser un gran anfitrión, con una charla interesante y divertida alrededor de los asuntos más variados. Es a la vez instructivo y ameno. Cercano y servicial. Pronto se unen algunas visitas, su hermano Jorge, su hijo menor Alan y Rodrigo y Sandy, pareja que viene a saludar en representación de los motoqueros pilarenses.
Casi sin darnos cuenta se nos hace de noche. Vamos a acercarnos a la plaza donde se celebran las fiestas. Nos encontraremos con Kokito, como se conoce a su amigo Jorge, y daremos una vuelta por ahí.
Así que, en previsión de una ingesta considerable de alcohol, Conce prepara una merienda paraguaya: cocido y mbejú. El cocido, nada tiene que ver con el español. Se trata de una bebida hecha a partir de yerba mate. Al contrario que el tereré, esta se toma caliente y en su elaboración entra el concurso del azúcar y el carbón.
Para prepararlo, se coloca yerba mate y azúcar en un recipiente y se incorpora un pedazo de carbón encendido. Se remueve constantemente hasta que los ingredientes se funden y entonces se agrega agua caliente y se deja infusionar por un rato.
Finalmente se cuela, se sirve bien caliente y, al gusto, se añade leche y más azúcar. El resultado es un delicioso líquido de color oscuro, con el gusto de la yerba y el perfume del carbón, reconfortante y reconstituyente.
Conce, lo acompaña de mbejú, una exquisitez de origen indígena y presente mestizo. Se trata de una fina torta elaborada a partir de almidón de mandioca y harina de maíz. A Conce le gusta combinarlas a partes iguales.
A esta mezcla se añade un poco de grasa, en nuestro caso mantequilla, anís en grano y leche. Se mezcla todo con las manos hasta que adquiere una textura arenosa, de grano fino, suelto y ligeramente húmedo.
Entonces, se añade una buena cantidad de queso paraguay en pedazos y se mezcla de nuevo evitando que se apelmace la masa.
Me recuerda mucho a una arepa de yuca, pero con la gran diferencia de que la mezcla no debe cohesionarse, y ni siquiera al momento de colocarla en una sartén caliente, hay que apelmazarla.
A fuego suave, la dejamos dorar por ambos lados, y al final, sorprendentemente, la arena se habrá convertido en una adictiva torta granulosa.
Creo que podría alimentarme exclusivamente de cocido y mbejú por el resto de mis días.
Cuando llegamos a casa de Kokito, este estaba ya de retirada. Nadie le avisó de que, a los 5 minutos que íbamos a tardar en aparecer, había que sumarle una merienda de cocido y mbejú. Aun así, rápidamente vuelve a estar listo para quemar la noche pilarense.
Alrededor del escenario desde el que atrona la música, se apiña un montón de gente de todas las edades. Frente a la orquesta (cortesía del intendente, como indica un cartel para que le quede claro a todo el mundo), los más jóvenes bailan y cantan enfiestados. Tras ellos, las sillas municipales que hay dispuestas para los espectáculos más sosegados, son ocupadas por los que han llegado primero. Rodeando todo este jaleo, familias completas y grupos de amigos se encuentran sentados en las sillas que ellos mismos han traído junto a repletas conservadoras que colocan al alcance de la mano.
Por todo el perímetro de la plaza hay multitud de puestos de comida y artesanía. Entre el público, también hay vendedores que prefieren ser ellos los que se acercan a los clientes.
La mayor parte de la actividad se concentra en esta plaza. Las calles adyacentes del microcentro de Pilar, son bastante más tranquilas. La gente que no va a la plaza se reúne en algunos locales y a las puertas de bonitos edificios de arquitectura italianizante.
Para un primer día en esta zona del país, la cosa no ha ido nada mal. Un bonito paseo en moto, buena gente, inmejorable comida y hasta vida nocturna. Creo que solo hoy he hablado más que en la última semana.
Durante los siguientes días en Pilar, la red de contactos gustavesca continúa proporcionándome una variada oferta de actividades que alternan lo social y lo cultural en lo inmediato y la planificación de mi futura visita a la confluencia.
Recientemente, varios grupos de motoqueros de la ciudad han organizado un encuentro convocando a otros aficionados del país.
Esta noche se reúnen en un taller para hacer balance del evento. Entre los organizadores, hay clubes más o menos numerosos y otros participantes que se hacen llamar independientes, como Rodrigo y Sandy o Fabio y su novia.
Aunque he sido invitado al evento, sospecho que mi presencia pilla a algunos de sorpresa, a mi el primero, que permanezco como un pasmarote mientras evalúan los resultados de la iniciativa.
Esta vez soy un espectador mudo mientras duran las intervenciones de los motoqueros. Pero me gusta observar cómo se expresa cada uno y la manera que tienen de participar, exponiendo sus puntos de vista con respeto, camaradería y sentido del humor.
Ha sido una pena no haber llegado a tiempo para el encuentro. Pero solo escuchando los comentarios de cada uno, puedo decir que ha sido un éxito. Aunque solo sea porque por primera vez, diversas personas con una afición en común, se han puesto de acuerdo y han aportado su trabajo con un objetivo compartido.
Terminada la sesión, los chorizos se ponen sobre las brasas, las latas de cerveza van de mano en mano y las risas aumentan de volumen. Sobre la moto se colocan varios adhesivos de algunos de los grupos y, en cierto momento, Cristian Brizuela, miembro del Pilar Biker Group, tiene una brillante idea.
En una muestra de solidaridad motorista se le ocurre que, aprovechando mis dotes panaderas, se podría organizar una pizzada en la que recaudar fondos para mi viaje. Entre todos costearán los ingredientes y se encargarán de facilitarme un lugar donde cocinar y hacer las pizzas que ellos mismos pagarán.
Con una mezcla de encanto natural y entusiasmo etílico, Cristian convierte la propuesta en el tema central de la reunión, dirigiendo una lluvia de ideas que, finalmente, quedó en una divertida anécdota.
A la mañana siguiente, Gustavo y yo mismo formamos el comité de bienvenida pilarense para Evandro, un brasileño que viene en un kayak a pedales desde Cuiabá con destino a Buenos Aires. Evandro, instala su tienda a orillas del río, en el lugar que un par de noches más tarde se convertirá en el punto de reunión de otros kayakistas asunceños que vienen a visitarle.
Junto al agua, bajo el cielo, sobre el fuego que Gustavo prepara con destreza, colocamos la cola de un yacaré y los cuartos traseros de un carpincho, que se asan lentamente mientras se cuentan historias de navegación fluvial.
Entre evento y evento, aprovecho para hacer excursiones motoristas por la zona, que de nuevo me llevan por bonitos caminos al encuentro de personas interesantes. En Isla Umbú, la joven Malena hace de guía por la iglesia de San Atanasio y me lleva a conocer a Atanasia.
La iglesia de estilo colonial, levantada en 1860, está rodeada por todos sus lados de unas casas bajas de la misma época. Bajo la parra que está sobre la puerta de una de ellas está Atanasia. Además de su vivienda, la señora Atanasia tiene allí un hospedaje con comedor y una pequeña despensa, o sea una tiendecita donde despacha una variada selección de artículos básicos.
La comunidad de Isla Umbú es bastante pequeña y está muy unida. Atanasia recibe a Malena con mucho cariño, como si fuese su nieta. No obstante, la ha visto nacer y crecer hasta convertirse en la universitaria con increíbles dotes para el canto que es ahora.
Atanasia, nos invita a entrar y nos sirve a cada uno una taza de maní negro con miel de caña en unas tazas de cristal marrón que saca de una antigua alacena. Junto al mostrador, tiene su máquina de coser, donde aún confecciona las bombachas camperas.
Es la única en la zona que sigue haciendo estos pantalones de trabajo a la manera tradicional. Usa la tela de algodón que compra en Pilar, donde se encuentra Manufacturas Pilar, una importante empresa textil con casi 100 años de historia.
Según Atanasia, la calidad del algodón es peor que la de hace unos años. Ella lo sabe porque, junto a su marido, tuvo plantaciones en el pasado. En ellas cultivaban un tipo de algodón autóctono de baja producción pero de gran calidad.
El negocio fue rentable hasta que los intereses comerciales impusieron el cambio de variedad de semilla, sistemas mecanizados de producción y finalmente, la importación de algodón más barato, hizo inviable su empresa.
Podría parecer que cualquier tiempo pasado fue mejor. También echa de menos la grasa de chancho que usaba para hacer sus chipas antiguamente. No le resulta tan fácil de encontrar ahora y, desde luego, la que hay no es igual a la de antes. Es verdad que se puede sustituir por otra grasa, pero entonces la chipa ya no es lo mismo.
Pero Atanasia no tiene una visión del todo pesimista acerca del presente y el futuro. Si bien mucha juventud ya ha perdido el interés por trabajar en el campo y prefiere la comida chatarra, existen otros como Malena, estudiosos y trabajadores. Ella misma sigue activa, pensando en el futuro, apoyando al Partido Liberal, al margen de su opinión sobre los políticos.
Han pasado 17 días desde que salí de Asunción y no he recorrido ni 1.000 Km. Mantengo un ligero debate interno sobre la velocidad del viaje. Tengo ganas de desfogarme sobre la moto y cambiar de escenario cada día, pero a la vez, en cada sitio que paro encuentro motivos para deshacer el equipaje e instalarme por una temporada.
Siento la tentación de cambiar la carga de la moto por un «kit paraguayo». Hacerme con una silla plegable, una conservadora portátil, una parrilla y una bombilla y un termo para el mate. Podría completarlo con un potente bafle, olvidarme el casco en casa y dedicarme a pasar el rato charlando con quien me encuentre por ahí. Tal vez lo haga.
Aunque antes quiero ir a ver la confluencia de los ríos. Gustavo, ajeno a mi aversión (e incapacidad) natural por la planificación, trata de ponerme en contacto con algunas personas que están por la zona y que pueden ofrecerme alojamiento y transporte acuático.
El punto exacto donde se encuentran las aguas puede observarse en la localidad Paso de Patria desde un mirador. Las aguas del Paraguay bajan rojas por los sedimentos que arrastra, especialmente desde que recibe el aporte del río Bermejo aguas arriba. Por su parte el Paraná es mucho más azul y, en su encuentro, los colores se resisten a mezclarse, de lo que resulta un vistoso fenómeno.
Como consecuencia de las lluvias recientes en Brasil, suceden dos cosas. Por un lado, el agua del Paraná no está tan azul. Por otro, el río va tan crecido que el mirador queda aislado y solo se puede llegar a él con barca. No resulta difícil encontrar una lancha que te lleve al lugar, pero hasta ahora el precio es inasumible para mí.
Una opción sería sumarse a algún grupo para repartir los costes, aunque en estas fechas hay poca gente turisteando en Paso de Patria. También está la posibilidad de acordar con algún pescador un precio más asequible, acoplándose a sus horarios laborales eso sí.
Por ahora, primer día en este extremo del país, me mantengo en tierra firme para rodar hacia el norte, siguiendo la ruta hacia Humaitá, que recorre algunos de los puntos más importantes en la primera campaña sobre suelo Paraguayo de la Guerra de la Triple Alianza.
En la pista sin asfaltar se van sucediendo los monumentos que conmemoran las batallas que allí tuvieron lugar a finales de la década de los 60 del siglo XIX, en las que las tropas paraguayas trataban de impedir el paso de los aliados hacia Asunción, río arriba.
Cada cierto tiempo, una bandera y un monolito marcan el punto donde se combatió y un panel informativo cuenta algunos detalles de cada batalla. En Curupayty, donde aún se conservan las trincheras, tuvo lugar uno de los episodios más gloriosos para las tropas paraguayas.
Tras unas infructuosas negociaciones de paz, los aliados lanzaron un ataque contra el fuerte de Curupayty. Los paraguayos, con la ayuda del terreno, que dificultaba el avance por tierra del enemigo, respondieron con un contraataque devastador causando más de 4000 bajas. Esta victoria detuvo las operaciones aliadas durante unos 10 meses y reavivó el rechazo del pueblo argentino hacia esta guerra.
Desde el extremo de lo que fue una trinchera, sale un camino hacia el río. Desde ese lugar, durante la batalla, la flota brasileña habría bombardeado ineficientemente a los paraguayos. Hoy, en un día soleado, tres pescadores están haciendo una pausa para comer.
En cuanto me ven llegar me ofrecen asiento y comida. Han preparado moncholo frito que acompañan con limón. Que si me gusta, me pregunta Juan ¡todavía sueño con repetir un buen plato de moncholo!
Dos de los pescadores se llaman Juan, el tercero, Ramón. Son de Humaitá, otro lugar clave en la historia paraguaya. Juan, el mismo que me ha ofrecido la comida, me cuenta que estuvo a punto de ir a España a trabajar, pero prefirió quedarse aquí, con una vida más tranquila, viviendo de lo que da el río.
En la ciudad de los pescadores, para terminar el recorrido histórico, visito el Museo del Excuartel de López. Allí, Óscar me hace una visita guiada mostrándome los restos encontrados en los campos de batalla y las maquetas que recrean los enclaves donde se produjeron las batallas más importantes.
Ya de vuelta hacia Paso de Patria, me desvío para ir a visitar a Atanasia. Entre puntada de hilo y cucharada de maní con miel de caña, pasamos lo que queda de tarde de tertulia relajada.
No he madrugado lo suficiente esta mañana y regreso ya de noche, horario incompatible con los pescadores de Paso de Patria. De modo que no he podido ponerme de acuerdo con ninguno para acercarme a la confluencia.
A la mañana siguiente tampoco me levanto a una hora adecuada, por lo que definitivamente renuncio a visitar la confluencia y continúo en lo que, en mi opinión, es la mejor atracción turística del mundo: recorrer lugares en moto.
Joaquineteeee… Aquí, Alfonso. Gracias por llevarnos de paquete. Qué grande eres. Un abrazo enorme.
Hombre, Alfonso! Gracias a ti por subirte.
Un abrazo
Confortable..amplio salón..
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Como Pedro por su casa
Que bien escrito y da las ganas de comer en cada página 👍 quando pase por Málaga España se siente a mi mesa para contarnos más y más
Merci beaucoup, eso está hecho!
Yo me sentaba en el porche de Atanasia una tarde entera... con usted también, claro
Vamos!
espectacular el viaje, saludos desde Encarnación
Gracias, amigo!
Con las fotos haces que viajemos, comamos, charlemos y descansemos contigo!!! Maravilla!!! Mil besos